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Valorar la productividad del entrenamiento



«El hombre sabio no busca apurar las cosas, pues comprende que todo tiene su tiempo. No persigue el fruto sin antes nutrir la raíz, pues sabe que la paciencia es parte del curso natural del Tao.»


Zhuang Zi


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En nuestra sociedad actual, la productividad se ha convertido en una medida omnipresente de éxito. Nos hemos acostumbrado a evaluar cada esfuerzo, cada acción, a través de los resultados inmediatos que producen. Esta tendencia, aunque útil en ciertos contextos, puede resultar profundamente limitante y desmotivadora cuando se aplica a disciplinas como las artes marciales. Entrenar bajo el presupuesto de que vamos a poder apreciar cambios directamente en una mera sesión no solo resulta absurdo, también demuestra que el practicante no ha comprendido correctamente en qué consiste el entrenamiento de un arte, en este caso «marcial».


Las cosas son como son y evolucionan acorde al trabajo que realiza cada uno, la profundidad de su experiencia, la abstracción que mantiene y el grado de inteligencia y constancia que aplica a su entrenamiento. Esto es indiscutiblemente así, más allá de la productividad que queramos adjudicarle a cada acción que llevamos a cabo en la sesión de entrenamiento.


A menudo creemos que un análisis profundo de ciertos temas nos proporcionará soluciones inmediatas a los problemas que tenemos por delante. No obstante, la realidad nos demuestra todo lo contrario. En muchas ocasiones, es necesario ir más allá del plano racional para comprender los ritmos naturales del proceso, tanto en lo relativo al combate como al modelo de entrenamiento basado en prácticas repetitivas. Esta trascendencia no nace de eliminar el pensamiento crítico, sino de dirigir nuestra atención, sin interferencias ni evaluaciones, hacia lo que realmente queremos desarrollar en cada momento.


Cuando introducimos el concepto de productividad en lo que hacemos, estamos inyectando un veneno silencioso que altera nuestra mente. Comenzamos a medir el progreso de manera constante, evaluando cada instante del esfuerzo. Este proceso contaminante y limitador del progreso no es algo que aprendemos, sino una parte natural de nuestra psique que debemos reorientar. Intentar contrarrestar estas evaluaciones con estrategias racionales puede ser una batalla interminable que la tradición no nos aconseja.

es necesario ir más allá del plano racional para comprender los ritmos naturales del proceso

La verdadera solución está en construir una sincera y profunda disciplina mental, haciéndolo desde la convicción de que el valor de lo que hacemos en la práctica no puede medirse en términos inmediatos, por más que el mundo que nos rodea mantenga este nivel de aceleración. No podemos dejarnos llevar por la locura de lo inmediato cuando cualquier intento de anticipar resultados es ya un ejercicio manifiestamente contranatural.


Los resultados de nuestro entrenamiento no solo provienen de la comprensión directa de la técnica, sino de cómo dicha comprensión interactúa con nuestro conocimiento previo y como, por medio de un entrenamiento bien dirigido y equilibrado, se transforma en una forma superior de entendimiento. El desarrollo físico armonioso, la solidez estructural, la transmisión de fuerzas y la fluidez del movimiento son resultados que no se pueden medir paso a paso, sino que emergen como producto de un proceso meticuloso mantenido en el tiempo. Esto requiere que el artista marcial abandone la evaluación constante de su progreso y, en su lugar, se entregue a la práctica con fe en los resultados a medio y largo plazo incidiendo en su disciplina diaria de entrenamiento.



En los tiempos de la facilidad, muchos alumnos pretenden avanzar con fluidez con apenas 40 minutos semanales dedicados al estudio y la práctica. Los milagros no suelen manifestarse cuando uno los espera literalmente sentado. Cualquier excelencia en el arte proviene del trabajo constante, el esfuerzo, la interiorización y la absoluta implicación en cuerpo, mente y espíritu con un proceso que demanda, sobre todo, grandes dosis de paciencia y entendimiento.


Un ejemplo claro de este fenómeno es el trabajo de las formas o Taolu. Es casi imposible percibir de manera inmediata la utilidad marcial de un Taolu. Pertenecen al reino de lo funcionalmente simbólico, y es probable que nunca comprendamos racionalmente los mecanismos subyacentes que operan en la psique a través de esta práctica. Solo podemos constatar que estas transformaciones se producen después de largos periodos concentrados de trabajo focalizado y exigente.

Cualquier excelencia en el arte proviene del trabajo constante, el esfuerzo, la interiorización y la absoluta implicación en cuerpo, mente y espíritu

Cada escenario, ya sea el combate deportivo o el trabajo interno de las formas, tiene sus propios modelos de progreso, plazos naturales y objetivos. Uno de los grandes errores que conllevan esta mala interpretación del proceso marcial radica en intentar evaluar el progreso en el trabajo tradicional con parámetros puramente deportivos, normalmente sujetos a evaluaciones de rendimiento semanales, mensuales, trimestrales o anuales.


Por este motivo, aunque utilicemos estrategias modernas de entrenamiento y adaptaciones específicas para determinados niveles y estadios de desarrollo, las recomendaciones de la tradición siguen hoy tan vigentes como en el pasado y nos enseñan que la parte de nosotros que se obsesiona con estos aspectos es, precisamente, aquella que necesitamos controlar para que no interfiera en nuestra progresión natural en la vía de las artes marciales.

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