La labor del profesor de artes marciales se nutre de muchos recursos diferentes. Podríamos decir que se fundamenta en un método multidisciplinar en el que intentamos conjugar diferentes elementos que pueden ser técnicos, emocionales, cognitivos, fisiológicos, estratégicos o sociales, citando solo algunos de los más relevantes. En definitiva, podríamos incluir todos aquellos elementos que, a través del aprendizaje, pueden afectar positivamente a la respuesta reactiva del individuo ante un medio agresivo; un medio que supone un riesgo para su equilibrio físico, emocional o espiritual.
Esta cantidad de factores parten de un eje central indiscutible que depende fundamentalmente de la experiencia personal, los conocimientos y las habilidades marciales del profesor.
Cuando intentamos imaginar el modelo óptimo de docente marcial nos encontramos, una y otra vez, con escenarios que no facilitan mucho la aproximación a este ideal. En mi experiencia práctica sobre la búsqueda de la excelencia formativa, tanto para obtenerla como para intentar ofrecerla a mis alumnos, me he encontrado con un mar de matices que confrontar con este formato ideal de maestría. Creo que es un norte al que debemos apuntar en nuestra búsqueda, pero necesitamos vincularlo desde el principio de nuestra formación a los objetivos que nos hemos marcado con ella.
La docencia es, básicamente, un proceso de digestión que otros hacen por nosotros para hacernos la propia digestión de contenidos más sencilla y asequible. Cuando falla esa digestión previa, cuando nos llegan los elementos sin descomponer, tendremos que masticar mejor los contenidos y nuestra asimilación será más lenta y pesada, es decir, menos ágil. De ahí la importancia de contar con el mejor transmisor posible.
Intento reflexionar sobre todo esto en esta entrada. El título ya apunta maneras y propone un punto de vista tridimensional que requiere análisis, contraste y conclusiones aproximadas. Cuando hablamos de transmitir teoría es preciso que tengamos claro que nuestro profesor debe haber estudiado en profundidad esta teoría. Ha debido contrastarla, actualizarla y ponerla en el contexto que afecta a su labor docente y, sin ninguna duda, a las condiciones particulares de su alumnado.
La teoría en las artes marciales es abundante y, según qué estilos y ramas, bastante contundente. A veces es ciertamente oscura con toda la intención de serlo. Es una forma de provocar las preguntas que el alumno, el profesor y ambos de forma conjunta deben hacerse mutuamente. De ese diálogo, de esas cuestiones, surge un conocimiento adaptado a las singularidades de cada uno de ellos y una nueva visión transferible a otros interesados en el aprendizaje de los mismos contenidos.
Esta teoría es una parte de la enseñanza que no podemos confundir ni con el conocimiento ni con la habilidad, pero resulta vital que la introduzcamos en la ecuación docente que pretendemos configurar.
El conocimiento, además de referirse a la comprensión real e inteligente de la teoría estudiada, es el fruto de la interiorización de esta teoría y su puesta en práctica por parte del profesor en su día a día. De poco sirve una teoría sin el vínculo personal que esta le confiere al profesor a través de una experiencia de estudio y práctica constante. No podemos hablar de teoría de las artes marciales sin vincularla a la experiencia directa de su práctica. Hacerlo nos convierte en meros loros de repetición que poco o nada tienen que hacer frente a cualquier vídeo de Youtube editado por personas sin ningún tipo de conocimiento o habilidad real para la lucha.
El conocimiento deviene de la experiencia y su transmisión no depende ya solo de nuestra dialéctica, coherencia, gestión efectiva de ejemplos o adaptación del mensaje a los niveles concretos de cada practicante. El conocimiento, para ser transmitido, debe ser ejemplificado en un tipo de acción y conducta apropiada, una forma de proactividad hacia la práctica marcial que no precise entrar en las descripciones verbales de las que tanto depende la trama teórica de los estilos. Esta transmisión consiste en conocer en profundidad la materia impartida para conocer, esencialmente, en qué punto de la mente del alumno hay que poner la aguja que despierte su energía de la comprensión.
La teoría debe filtrarse en la mente del alumno a través del tamiz de su convivencia puntual con el profesor, de la observación de sus formas, de la lectura de un lenguaje simbólico que no se aprende de forma cartesiana, sino que es el subproducto emergente de una realización autentica en primera persona de los preceptos y conceptos estudiados. Este conocimiento es otro de los pilares fundamentales que debe exponer nuestro profesor cuando pretende transmitir la esencia del arte.
Por último, trataremos sobre la habilidad demostrable en base a lo que se enseña. Es muy habitual ver realizaciones extremadamente complejas de modelos de acción, drills, combos, formas, katas, etc. en las que el profesor demuestra un alto nivel de competencia. Esta habilidad es clave a la hora de certificar que la teoría y el conocimiento que vamos adquiriendo con la práctica van por buen camino.
El profesor no tiene que representar a un ser de otro mundo, no debe mostrar habilidades sobrenaturales, tal y como muchas veces se le exige. Sin embargo, debe exponer una ejecución habilidosa de aquello que nos plantea aprender. La demostración de su nivel de habilidad nos ayudará a comprender a qué podemos llegar si seguimos la ruta trazada. Estas habilidades deben cubrir los aspectos predefinidos (combinaciones, juegos, formas, ejemplos) y también los aspectos exploratorios e intuitivos que encontramos en el San Shou (combate libre) o Sparring.
Por desgracia, a veces nos topamos con profesores que son buenos teóricos, pero no muestran ningún conocimiento profundo de lo que han aprendido antes de transmitirlo. La teoría puede entenderse y transmitirse de una forma convincente a cualquier persona profana en la materia. Sin embargo, el artista marcial que ha adquirido cierto conocimiento precisa sentir que dicha teoría está impresa en el carácter, modelo y constancia de su profesor o maestro. Unos cuantos años de estudio en una universidad no configuran ningún conocimiento profundo si no hay un sustrato de años de práctica de fondo.
También encontramos profesores con un conocimiento teórico y práctico óptimo, es decir, que han entendido perfectamente la teoría del arte y que son capaces de mostrar una gran habilidad de ejecución en sus propuestas externas. Sin embargo, esto tampoco garantiza que posean el conocimiento profundo del arte que estamos intentando adquirir. Vemos a profesores hacer cosas verdaderamente sorprendentes, con una gran habilidad, pero con trayectorias vitales absolutamente desastrosas o actitudes impropias de un artista marcial en el que deberían primar la prudencia, el respeto, la humildad y la actitud de aprendizaje.
La vía marcial es una vía de equilibrio y lo que aprendemos y enseñamos en el Wushuguan debe ser transferido de forma natural al esquema vital del maestro. El crecimiento interior depende absolutamente de esta integración.
Estos desajustes suelen guardar relación con el orden y prioridades en las que se adquieren habitualmente estos tres elementos, fundamentos clave de la enseñanza y del aprendizaje marcial.
La teoría es sin duda la puerta de entrada a este conocimiento. La práctica mantenida en el tiempo nos otorgará progresivamente el nivel de habilidad que cualquier sistema marcial requiere para que sus propuestas sean una posibilidad de acción real frente a determinadas situaciones.
El conocimiento vendrá impreso en el conjunto de experiencias que obtengamos de la práctica. También devendrá de nuestro modelo de reflexión y aprendizaje sobre estas experiencias. Solo ese conocimiento profundo, esa comprensión derivada de la teoría y de la práctica permanente, nos puede iluminar un camino con muchas dificultades lumínicas. El eje de todo radica en la actitud de aprendizaje, una actitud que debe estar viva en el alumno y en el maestro en un proceso obligatoriamente convergente entre ambos.
Esta actitud, sumada a la constancia, la perseverancia, la sinceridad y la determinación oportunas se termina transformando en una suerte de triángulo integral de la realidad. Por estos motivos, en el aprendizaje de las artes marciales es importante no quedarse estancado en ninguna de estas tres estaciones interrelacionadas. Es fundamental no confundir lo conseguido en cada una de ellas (teoría, habilidad y conocimiento) con el conocimiento integral que, como ya hemos mencionado en otras ocasiones, es mucho más que la suma de sus partes.
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