¿Por qué llamamos disciplinas a las artes marciales?
La mitad de la vida es suerte, la otra disciplina; y ésta es decisoria ya que, sin disciplina, no se sabría por dónde empezar con la suerte.
Cualquier arte debe ser definida desde la disciplina. Es incomprensible alcanzar un alto nivel de competencia en cualquier conjunto de procedimientos, sean artísticos, mecánicos o artesanales, sin la oportuna continuidad en el ejercicio que desarrolla los elementos que componen esa destreza.
Y lo más importante de esta reflexión radica en el hecho de que, no puede existir destreza que esté supeditada a modelos de pensamiento que implican energía ocasional, interferencias sistemáticas, debilidades intrínsecas y falta de ambición. Todos estos elementos son consustanciales a la forma de pensar y de actuar de las personas.
Nuestra herencia cultural impregna muchos aspectos de nuestra conducta y eso hace que vivamos en un mar de resistencias cuando ponemos el foco en un objetivo concreto.
Queremos avanzar en una dirección, pero nos paramos, nos desviamos, retrocedemos por inacción o perdemos de vista el rumbo. Todo ello es así porque no tenemos disciplina. La disciplina es un contrato inquebrantable con nosotros mismos. Es una determinación absoluta para realizar las tareas que hemos planificado con la intención de lograr determinados objetivos, sean cuales sean las circunstancias.
La motivación, las razones, las circunstancias concretas de cada instante, se convierten en la narrativa argumental necesaria para el que no tiene disciplina. Es aquello que justifica la mediocre actitud de rendirse a los estados de ánimo, a las influencias externas, a las necesidades de justificación y a un sinfín más de problemas autogenerados.
Ser disciplinado es hacer lo que hay que hacer, aunque no haya ganas, motivación, justificación externa o resultado inmediato que premie la acción. El premio de la acción es la toma de conciencia de que hemos cumplido nuestro pacto con nosotros mismos. Hemos reiterado procesos que, aunque recurrentes, comprendemos que son los que optimizan el funcionamiento de aquello en lo que pretendemos ser relevantes.
La disciplina es un contrato inquebrantable con nosotros mismos.
La disciplina es lo que hace que un deportista de élite entrene de forma inteligente 8 horas al día 7 días a la semana, incluyendo el descanso como parte fundamental de este tipo de entrenamientos. La disciplina permite que afinemos el oído al tocar un instrumento a base de repetirlo millones de veces hasta que forma parte de nuestra propia estructura sonora. La disciplina, por encima de cualquier otra virtud, es cultivable y requiere la absoluta convicción de que es la única vía para conseguir logros importantes.
En la práctica marcial, todo depende del rendimiento físico, mental y espiritual que podemos aplicar a una serie de modelos técnicos, tácticos y estratégicos para que sean operativos en un momento determinado de conflicto. La adaptabilidad a esos momentos dependerá de que nuestra carga de cualidades y habilidades estén en sintonía con nuestra posibilidad de acción de máxima precisión.
Vemos a diario muestras del resultado de este proceso, pero obviamos lo fundamental que hay tras estos resultados. Son horas, días y años de trabajo duro haciendo cosas que no son divertidas, no son agradables y no tienen una recompensa inmediata. Son el resultado de la fe en el proceso y en la necesidad de que ese proceso no se detenga por argumentos pueriles como «no me siento motivado». No hay motivo alguno que justifique el abandono del deber frente a lo que nos hemos prometido a nosotros mismos.
En nuestras sesiones habituales, repetimos día tras día el mismo tipo de calentamiento, no por falta de diversidad para hacer mil y un tipo de calentamientos diferentes; es una forma indirecta de forzar esta tensión constructiva, en el conjunto de una sesión que siempre es distinta y que ofrece múltiples perspectivas de trabajo tras esta obligatoria muestra de determinación.
La motivación, las razones, las circunstancias concretas de cada instante, se convierten en la narrativa argumental necesaria para el que no tiene disciplina.
La cantidad de elementos que se dan cita en cualquier estilo tradicional es enorme. No hay posibilidad de abordarlo todo al 100% a lo largo de una vida. La disciplina, nos permite no desviarnos, ni dispersar nuestra energía, para lograr el máximo porcentaje que podamos sobre nuestro propio potencial personal.
Aunque parece que todo es así más oscuro y desagradable en este mundo de gratificación inmediata, de necesidad de ayuda externa, de penuria al expresar las miserias de nuestra inconsistencia o nuestra falta de compromiso, es precisamente todo lo contrario.
Ser disciplinado es hacer lo que hay que hacer, aunque no haya ganas, motivación, justificación externa o resultado inmediato que premie la acción.
Los dos únicos requisitos que debemos cumplir para fomentar nuestra disciplina son la definición clara de nuestras metas y la paciencia constructiva. Es decir, necesitamos tener absolutamente claro para qué hemos decidido iniciarnos en una vía tan exigente y asumir que será una ruta indefinida, con altibajos, con exigencias de transformación duras y complejas, aspectos que solo pueden asumirse siendo conscientes de la longitud del camino. Convicción y paciencia serán las dos patas de un constructo en el que basar nuestro avance.
Sin disciplina somos víctimas, somos eternos generadores de argumentos debilitadores de nuestro ser, de nuestro potencial y de nuestros proyectos. Es preciso seguir, insistir, continuar; aunque no tengamos ganas, aunque estemos doloridos, aunque a veces sea aburrido, aunque no veamos el resultado inmediatamente, aunque otros aspectos de la vida nos llamen para desviarnos de nuestro compromiso personal.
Vivir rodeados de tantos estímulos para que dejemos de lado la disciplina, valorar aspectos tan pueriles como el juego, la televisión, la política, las redes sociales, la diversión de la noche o el mero consumismo como forma de vida, son las antípodas de la vía de las artes marciales. Es fundamental tener claro todo esto antes de iniciarse en su aprendizaje y desarrollo. El premio es crecimiento constante. El resultado es ser más auténticos, más seguros y potentes en todas las áreas de la vida que abordemos.
Solo la disciplina puede lograr aumentar nuestro potencial marcial dentro del arte y nuestro potencial artístico dentro de lo marcial. Solo la disciplina, repetición, constancia, paciencia e inteligencia pueden construir algo que requiere que todo nuestro ser se transmute, que se transforme sin que el calor del metal que pretendemos fraguar se disperse víctima de la mediocridad y superficialidad de los tiempos que nos han tocado vivir.
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