La vida en cada presente
«Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también sueles anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, en el momento que te apetezca, retirarte en ti mismo. En ninguna parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma.»
Marco Aurelio
Hiere ver los derroteros que transitan tantas personas en nuestros días. Parece que todo el mundo añora un descanso.
El objetivo del descanso sobrevive tras cada segundo de nuestra vida como uno de los pilares del existir. Queremos parar, queremos descansar y hacerlo en todo momento. Estamos haciendo algo y, de repente, un extraño empuje interior nos incita a que busquemos la mejor forma de terminarlo antes, de hacer más con menos esfuerzo, de poder llegar antes al momento definitivo de parar.
¿Nacimos para pararnos? ¿No es acaso el detenerse lo que diferencia a lo vivo de lo muerto? Tendemos inexplicablemente a detenernos, aun sabiendo que cuando lo hacemos paramos la experiencia que nos hace sentir la vida. Queremos hacer grandes cosas, pero a la vez queremos parar lo antes posible de hacerlas.
La expectativa del descanso insinúa una forma de soportar presentes que no vivimos plenamente, presentes que en realidad no deseamos vivir. Tan solo son el paso intermedio entre el levantarnos y el acostarnos de cada día.
¿Qué es la vida entonces? ¿Cómo podemos vivir añorando no hacerlo? ¿Por qué necesitamos tanto ese descanso de la vida, cuando apenas acertamos a comprender lo que significa estar realmente presentes en cada instante?
Vivir y morir son los dos extremos de una pulsación que define nuestra existencia personal. Nacemos y morimos, también nos despertamos y luego nos acostamos como un ensaño a pequeña escala de un porvenir inevitable. Entre estos macro y micro escenarios, transitamos con una sutil y casi transparente sensación de existir.
Fatigados transitan muchos un mundo que se les va escapando día a día, segundo a segundo; a todos nos ocurre. Perdemos constantemente ocasiones de ser, de estar, de vivir realmente. Esperamos, y en la espera del descanso nos entretenemos con algo que otros han diseñado para que no nos preocupemos; la preocupación también supone un esfuerzo.
¿Cómo ha podido la vida caer en este sin sentido generalizado? ¿Por qué nos asusta iniciar la ruta, percibir el aire, sentir el sudor resbalar por nuestras mejillas cuando estamos dándolo todo, cuando estamos tomándolo todo? Vida es no parar de sentir, no parar de ser conscientes, no parar de percibir incluso el mismo acto del descanso, vida es aceptar el reto de vivir la realidad.
El presente es movimiento, estancia activa, percepción completa. El presente es la única realidad que nos separa del sueño. No podemos vivir esperando a que llegue el momento de no vivir, es demencial. No podemos confundir la vida con ese modelo de espera, con ese conjunto de elementos que nos entretienen para que no entremos en el ojo del huracán del instante presente.
Es ahí donde están las respuestas reales, en cada instante consciente, en cada segundo transcurrido, en cada tormenta que pretendemos evitar. Caos y orden nos empujan a un centro, un espacio que se define por los fragmentos que les robamos a cada una de estas dos polaridades. Ese centro no es tranquilo, es el centro activo de contener el empuje de un lado y de resistirse a la absorción del otro. Es el centro de un nudo que no quiere deshacerse porque le va la vida en ello.
Ese nudo es la vida, un entramado circunstancial en el que lo conocido y lo desconocido pujan por deshacer las circunvoluciones que hemos logrado existiendo en el día a día; los infinitos pequeños nudos que cada instante tejemos en este brocado inesperado del presente continuo.
Vivir la vida es no esperar la muerte de no sentir esta tensión. Podemos asumir cada mañana, cada despertar, como un regalo celeste que nos permite sentir la creación, sentir a los otros, sentir el entorno que nos rodea y que, a la vez, nos contiene. Estar presentes en una realidad que no requiere realidades virtuales que nos entretengan. Nada es más intenso que estar de verdad, nada supera a la realidad cuando somos capaces de entregarnos a ella para sentirla y entenderla.
Sin prisas, sin aceleración, sin desesperación, vivir no es correr, es mantenerse atento. Es también conservar el tránsito permanente sin que detenerse por nada sea el objetivo. Deberíamos entender el descanso solo como un recurso para poder seguir avanzando después más intensamente.
La cima de la montaña nos depara respuestas que necesitamos para ser. La subimos pese al esfuerzo para seguir entendiendo nuestra realidad paso a paso, para acercarnos finalmente al momento final con una clara imagen de lo ocurrido, con la memoria viva, con el esfuerzo gastado y con verdaderas ganas de trascender. Quizá nos aferramos tanto a la vida en el momento final porque somos conscientes de que no la llegamos a vivir, de que pasamos por ella como un sueño que requería estar más despiertos y activos.
Queremos vivir altas intensidades, en acciones puntuales que ponen en peligro nuestras vidas, pero perdemos la oportunidad de vivir intensamente un beso sincero, una mirada tibia y un buen golpe merecido. Vivimos en un limbo de diferentes velos que ya son más densos que el aire que los separa. Navegamos esta columna de cortinas titubeantes que enturbian una realidad ya sin espacio, sin aire, sin horizonte; todo ello en aras de una modernidad que ya no puede prometer mejorías, su futuro es más oscuro que nunca.
Reconocer el error, despedir la cómoda expectativa para trasladarnos a la experiencia real del esfuerzo, con sus luces y sus sombras, es dar un paso hacia el sentido. Un paso hacia la completa realización que requiere que lo duro y lo suave se encuentren.
No podemos avanzar sin la esperanza de centrarnos en el mismo hecho del avance, sin sentir la magnitud del terreno que pisamos, la ligereza y pureza del aire que respiramos y el regalo que todo esto significa para que podamos percibirlo, sin sueños, sin fantasías. La pura y cruda realidad que nos rodea nos define.
Ser, estar y vivir con sentido es dar la espalda a la demora, es unificar la voluntad hacia el objetivo absoluto de ser plenamente nosotros en cada instante, para que nada de nuestro momento se nos escape, para que la memoria no sea un mero ejercicio recomendado, sino el surco de un verdadero momento vivido, sentido y percibido plenamente.
Vivir es luchar, es avanzar, es sentir y es, sobre todo, no esperar a que algo ocurra mientras estamos sentados. Nada espera al impaciente, pero nada regala tampoco la desidia, solo más de ella misma en un río sin agua que no desemboca en ninguna parte.
Naveguemos juntos hacia la vida moviéndonos, sintiéndonos, y amando la creación que nos rodea por muy dura que parezca. Solo esa dureza nos permite disfrutar el contraste, el matiz diferente de un instante blando en el que recuperar la fuerza necesaria para seguir.
Si no seguimos, si descansamos viendo pasar la vida, el tren en el que iremos no tendrá más estación que el absurdo vivido, un instante frente a una ventana en la que perdimos la eterna oportunidad de ser testigos directos del único y verdadero milagro: la vida en cada presente.
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