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LA FUERZA DE LA VOLUNTAD



La voluntad es uno de los ejes fundamentales de la acción combativa. Si no tenemos voluntad de lucha poco podemos hacer frente a una agresión.


En la tradición médica china, la voluntad (Zhì) forma parte del entramado psíquico que corresponde a la acción psico-energética del riñón en su organización desde el órgano emperador que es el corazón, residencia última del espíritu (Shen).


Es fundamental, aunque nos suene a chino, que enmarquemos el fenómeno de la voluntad en el plano de observación adecuado a nuestro contexto para poder reflexionar de forma justa y proporcionada sobre él.


Señalábamos la importancia de la voluntad en la acción combativa. Es muy probable que las personas que no han combatido nunca no comprendan bien del todo a qué nos referimos con esto.


Nuestro programa natural de supervivencia nos prepara biológicamente para la acción, generando cambios en nuestro comportamiento, en nuestro metabolismo, en nuestra fisiología y en nuestras características sensitivas directamente relacionadas con la percepción del peligro.


La supervivencia está igualmente relacionada con los riñones en la tradición china. Una tradición de miles de años que coincide en un modelo científico-filosófico diferente al occidental en tanto que identifica, miles de años antes, lo que ahora conocemos como eje hipotalámico hipofisario adrenal, un enlace o circuito entre nuestro sistema endocrino y nuestro sistema nervioso evolucionado para ponernos las pilas si la cosa se complica.


Cuando nos encontramos frente a una situación de peligro, de riesgo para la vida, todo se reduce a salir corriendo o a enfrentarse a la situación. Si salir corriendo no es una opción, todo lo que nos queda es mirar de frente el peligro.


A veces banalizamos mucho las respuestas reactivas de algunas personas sometidas al estrés de una agresión, como si pudiésemos abordar los acontecimientos desde un punto de vista exclusivamente racional. La toma de decisiones en este tipo de situaciones queda circunscrita a un ámbito reactivo, que suele estar gobernado por partes de nuestro cerebro no sujetas al ámbito racional.


No podemos prever con certeza cómo vamos a reaccionar frente a una situación de riesgo vital; mucho menos podremos hacerlo si no tenemos el adiestramiento efectivo oportuno. En este sentido, los maestros hablan de la importancia de consolidar la voluntad antes que la técnica para poder gozar de algo de previsión en nuestra conducta.


En muchas escuelas se obligaba a los aspirantes que querían ingresar en ellas a hacer periodos insufribles de posición de jinete (Ma Bu) antes de admitirlos. Se intentaba poner a prueba la voluntad que tenía el alumno para aprender el arte.


Entender la voluntad como un elemento entrenable no es fácil. Cada vez que hablamos de aspectos psicológicos, parecemos olvidar que la conducta, las reacciones, nuestra forma de focalizar la observación de una situación, de normalizar sus parámetros fijos y variables, todo ello, es de algún modo susceptible de educarse siguiendo un método específico. Cuando las emociones entran en juego de forma automática, solo una enorme fuerza de voluntad nos permite inhibir o perfilar nuestras respuestas a la situación. Cabe preguntarse entonces ¿de dónde surge en realidad esta fuerza de voluntad?


La voluntad de supervivencia requiere que tengamos muy claro dos cuestiones fundamentales: quienes somos y quienes queremos ser. Parece una frase hecha y que tiene poco que ver con el tipo de situaciones a las que nos referimos, pero si queremos fortalecer la voluntad, tenemos que desenterrar sus raíces para comprender sus mecanismos naturales y poder actuar desde ahí.


En estos tiempos, es fácil confundir vida con posesión de cosas, profesión, trabajo, estatus, jerarquía o prestigio. La tradición nos indica que experimentar la vida, sentirse vivo, requiere consciencia pura de varias cosas: del instante en el que estamos, de quiénes somos en ese instante, de por qué estamos ahí y hacia dónde nos dirigimos con sentido. Esta consciencia, este sentirse vivo es, en gran medida, uno de los pilares fundamentales de la voluntad.


El entrenamiento tiene sus rituales, tiene modelos de preparación física, de acondicionamiento, de desarrollo de bases y de estudio de las técnicas, las tácticas y las estrategias frente al conflicto. Pero tiene sobre todo la exigencia de continuidad, de perseverancia, de insistencia y de materializar la voluntad de aprender cuando todo nos invita al abandono.


El desarrollo de la voluntad de combate parte de nuestra capacidad para darnos cuenta de que, para tenerla durante la lucha, debemos tenerla previamente en todo lo demás. Cuanto más se complica la situación, más sólida debe de ser nuestra voluntad para no salir corriendo o para no quedarnos completamente paralizados. Debemos reflexionar profundamente sobre esto.


Su cultivo diario consiste en no decaer en nuestros compromisos interiores, nuestro proyecto profundo de avanzar en una dirección, con un sentido y conscientes de quiénes somos.


El Zhì se alimenta desde la base, desde el autoconocimiento de nuestras fortalezas y nuestras debilidades; solo así podemos hacer frente sin miedo a los retos que indudablemente nos llegarán en el transcurso de la vida.


No podemos olvidar que la voluntad queda quebrada por el miedo, la emoción negativa asociada a los riñones en la tradición médica china. El miedo difumina nuestras voluntad y nos paraliza o nos empuja fuera del espacio en el que teníamos oportunidades de acción. Es la alarma que nos avisa de que corremos peligro; pero es también el enemigo que interfiere en nuestra voluntad si no sabemos reducir su mensaje cuando ya no es necesario al 100%.


Voluntad e intención van de la mano en las acciones del combate. La voluntad de vencer a nuestro oponente, de seguir en pie pese a todo, es el comienzo de un plano en el que prospera la intención decidida de la acción. Queremos hacerlo y debemos hacerlo para poder seguir construyendo nuestro puente personal hacia el destino que hemos decidido alcanzar.


Hay momentos en los que la debilidad intenta germinar en nuestro interior. Podemos sobreponernos a ello, pero debemos hacerlo cumpliendo el ritual del guerrero, de ponernos en pie a diario dispuestos a utilizar la energía que tenemos para afrontar los retos diarios de la vida.


No podemos perdernos en las alquimias del pasado, en las ideologías reconfortantes del bienestar, en las químicas que nos pueden sacar del ensueño al que nos llevan los cantos de sirenas de la comodidad. Perecer en la inacción es un delito hacia la humanidad, la que pretendemos expresar a través de nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones.


La voluntad no aparece por arte de magia, debe ser gestada, enriquecida, fortalecida y expresada en todos y cada uno de los actos de la vida. Todo aquello que nos hace fallar, que nos reduce la conciencia de utilidad, de sentido, todo aquello que se empeña en convertirnos en pacientes esperando a que la vida se termine va en contra del principio sagrado de la supervivencia.


Las artes marciales tienen ahí su sentido, tienen ahí su propuesta y su reivindicación atemporal. Entrenamos y fortalecemos con ello la voluntad, la analizamos y aprendemos a querer hacer aquello que queremos y debemos hacer, sin dudas, sin titubeos, sin demoras.


Aprendemos el arte de motivarnos desde el eje motivador más potente que existe: el de mantenernos con vida. Y debemos hacerlo para que nuestro Ser se manifieste y se proyecte hacia el futuro por nuestro bien y por el bien de todas las personas que comparten con nosotros la vida y sus designios.

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