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La espiritualidad en la enseñanza infantil. Nuestro «decálogo de la no acción»



Hoy te presentamos un enfoque pedagógico diferente en nuestra entrada titulada "La espiritualidad en la enseñanza infantil. Nuestro «decálogo de la no acción»". En lugar de centrarnos en técnicas y métodos pedagógicos, queremos reflexionar sobre la importancia de fomentar la alegría, la creatividad y el respeto en el proceso educativo. La enseñanza no es solo un proceso de programación, sino un arte que se nutre de la realidad inmediata y el mundo interno de los estudiantes. Compartiremos nuestro "decálogo de la no acción", una serie de principios que nos ayudan a evitar errores comunes y a mantenernos enfocados en lo realmente importante: el crecimiento integral y armónico de nuestros alumnos. Te invitamos a leer este post y a considerar cómo estos principios pueden resonar en cualquier práctica educativa.


Desde mi experiencia infantil, juvenil y profesional no puedo hablar bien de los sistemas de enseñanza que se siguen en muchas escuelas. Las carencias que observo, que he experimentado personalmente, así como el postureo habitual en algunos docentes respecto a la hegemonía de sus métodos sobre los de otros, sólo me incrementan esta sensación de ver la enseñanza como un proceso en muchos casos desvirtuado; un proceso en manos de algunas personas sin vocación real, personas sin la intención de esforzarse por llegar a la realidad inmediata que les abre la puerta del aprendizaje a los más pequeños.


Para ellos y ellas, la realidad que les suscita interés y verdadera curiosidad tiene que ver con cosas que existen en su mundo. Cosas que, en este alocado inframundo de los adultos, nos hemos esforzado por esconder bajo una alfombra de un autoritarismo plagado de irónicas muestras de inmadurez pedagógica.


No podemos nunca hablar de métodos perfectos. Errar en la enseñanza es hasta cierto punto normal. Forma parte de un proceso creativo en el que certeza de lo que se pretende enseñar se enfrenta a múltiples caminos para llegar a su destino. Un sendero de caminos que se bifurcan y cuyo destino no está garantizado en ningún caso al 100%.


La implicación personal del docente para reducir, siempre que se pueda, la profundidad de este potencial error debe ser absoluta. Debe formar parte de un compromiso con lo más sagrado de su persona en términos humanos y espirituales. Su labor debe ser vigilada, autorregulada y corregida de forma constante, para convertir cualquier posible error en un recurso del que poder extraer algún tipo de enseñanza para todas las partes implicadas en el proceso. En este sentido, la enseñanza es por derecho propio un arte.

Errar en la enseñanza es hasta cierto punto normal.

Enseñar no es un proceso de programación, es algo mucho más complejo y vivo. Es una proposición efectiva para pintar de colores exigentemente estimulantes un espectro potencialmente árido de información, capacidades y modelos de pensamiento. Un cuadro que el alumno pinta desde sus propias respuestas a las preguntas que el docente le hace. Preguntas que emergen desde una observación sincera de la naturaleza más pura y sencilla del alumno; preguntas basadas en aquellas cosas que significan algo para él o ella en ese preciso instante.



Por este motivo, los métodos, las recetas o las verdades absolutas son imposibles de plantear cuando nos encontramos ante algo orgánico, algo que crece por sí mismo y busca una construcción que va más allá de lo que puede percibir sin contrastes con el exterior. Ahí es donde el profesor se torna guía, artista y persona que apunta a planos superiores de elevación desde los que poder ayudar a vislumbrar, sin menoscabos, estas pautas de evolución.

Enseñar no es un proceso de programación, es algo mucho más complejo y vivo

Un ecosistema en el que el docente se convierte en el artífice de una expresión genética concreta en la que los datos, las exigencias, las expectativas y las realidades, entre otra miríada de factores, bailan al son de una música que el alumno quiere escuchar y sabe disfrutar mientras él mismo la interpreta.


Aunque en nuestra escuela tenemos un método de referencia para la formación en cada segmento de edad, y aplicamos estos preceptos que consideramos fundamentales, somos conscientes de los riesgos inherentes a bajar la guardia durante el proceso.


Por este motivo, tenemos lo que denominamos «decálogo de la no acción». Un detalle de 10 puntos de aquello que puede impedir el proceso, que puede tergiversar el orden natural de las cosas y dar relevancia a aspectos que no lo tienen, o que pueden comprometer futuros brillantes aún por rebelarse.


Este es nuestro plan de no acción por si a algún profesional le resuena, le sirve o, simplemente, le obliga a recapacitar sobre algunas de las aristas heredadas que podrían seguir formando parte de su singular procedimiento de enseñanza:


1. No enturbiar la alegría del alumno. El aprendizaje efectivo está ligado al disfrute del proceso y la alegría es una manifestación de ello.

2. No anular su creatividad y su curiosidad. Marcar una directriz de acción no entra en oposición con otras formas de ver lo mismo. Podemos aprender muchísimo de sus genialidades y de la pureza de sus planteamientos.

3. No aplicar dogmas ideológicos. Cada persona construye sus bases. Si queremos que tengan opinión propia no podemos condicionarles la lógica con nuestros propios parámetros ideológicos. Esto no entra en conflicto con plantearle valores saludables de convivencia y desarrollo personal, pero siempre desde un proceso en el que el alumno comprenda el sentido positivo y justo de lo que le proponemos

4. No faltarle nunca al respeto. El respeto es la base de la convivencia y de la propia autoestima. El alumno que se siente respetado aprende a respetarse y asienta este valor como pilar de su propia seguridad y su interacción con la sociedad.

5. No anular su individualidad. Cada persona es un ser único e irrepetible. Aunque el grupo tiene sus exigencias, nadie debe renunciar a aquello que va construyendo sobre él mismo y que define en última instancia la experiencia vital de su propia consciencia.

6. No ofenderse por nada. A veces la sinceridad infantil puede hacer mella en grietas que tenemos en nuestra propia personalidad. Debemos agradecer cualquier información que nos permita reparar esa grieta o, por lo menos, saber que existe.

7. No enfadarse ante la falta de logros. El enfado está relacionado con la incapacidad en el ámbito docente. Nunca podemos enfadarnos con el resultado de un esfuerzo, siempre agradecer y valorar ese esfuerzo sea cual sea el resultado.

8. No etiquetar. A veces, una simple etiqueta puede ser una losa que nos acompañe el resto de nuestra vida. Cada persona es un cúmulo fluctuante de energías que no pueden centrarse en un elemento definitivo. Etiquetar es limitar al máximo su poder de creación y de expansión personal

9. No acelerar procesos naturales. Cada individuo tiene su propio proceso, cada momento de su vida permite o impide determinados accesos a cualidades o habilidades que llegarán en el momento oportuno. Forzar más allá de lo justo es siempre un error de consecuencias catastróficas para el proceso de aprendizaje.

10. Los cinco jamás: no dañarle jamás, no culparle jamás, no compararle jamás, no infravalorarle jamás y no someterle jamás.



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