Inteligencia, valores e instinto
«El conocimiento profundo consiste en ser consciente de la perturbación antes de que surja la perturbación, de ser consciente del peligro antes de que surja el peligro, de ser consciente de la destrucción antes de que surja la destrucción, de ser consciente de la desgracia antes de que surja la desgracia.
La acción poderosa consiste en entrenar el cuerpo sin ser agotado por el cuerpo, ejercitar la mente sin ser usado por la mente, actuar en el mundo sin verse afectado por el mundo, llevar a cabo las tareas sin ser obstaculizado por las tareas.
Mediante el profundo conocimiento de los principios, se puede transformar la perturbación en orden, transformar el peligro en seguridad, transformar la destrucción en supervivencia, transformar la calamidad en buena fortuna. Mediante la acción poderosa en el Camino, se puede conducir el cuerpo al reino de la longevidad, la mente a la esfera del misterio, al mundo hacia una gran paz y las tareas hacia una gran realización».
El libro del equilibrio y la armonía
Li Daochun
Dinastía Yuan (1271-1368)
La historia de nuestro modelo de entrenamiento es muy antigua, quizá más allá de lo que la historiografía moderna puede certificarnos sobre sus orígenes. Siempre hemos insistido en que caminamos a hombros de gigantes desconocidos, maestros que han vertido su experiencia, sabiduría y conocimientos en una cadena de transmisión directa incorrupta desde mucho antes de los Han.
En el periodo de los reinos combatientes, aproximadamente entre los años 475 a.C. y 221 a.C., la etapa final de la dinastía Zhou antes de la unificación de China bajo la dinastía Qin en el 221 a.C., ya existían modelos codificados de formación marcial; ya existía lo que llamamos Kung Fu. A estos modelos de formación se les denominaba Ji Ji, que podemos traducir como «habilidades de ataque», un tipo de doctrina militar para el combate herencia de las danzas militares utilizadas al comienzo de la dinastía por los soldados antes de las batallas (danzas denominadas Wu Wu).
En este periodo, siete grandes estados (Qi, Chu, Yan, Han, Zhao, Wei y Qin) lucharon por la supremacía, utilizando estrategias militares avanzadas y desarrollando sistemas administrativos y filosóficos que influyeron profundamente en la historia de China. Fue una época de guerra constante, pero también de innovación cultural, filosófica y tecnológica, en la que florecieron doctrinas como el confucianismo, el legalismo, el taoísmo o la estrategia militar codificada (Sun Tzu).
La evolución de los sistemas militares a artes marciales, tal y como los conocemos en la actualidad, responde a una síntesis de muchos de estos fenómenos e innovaciones que surgieron en ese periodo de terror, hambre y muerte. Aunque el panorama era catastrófico, de él brotaron ideas difícilmente superadas en la actualidad. El modelo social difundido por las escuelas confucianas, por ejemplo, sigue vigente hoy en China y forma parte del propio ADN de nuestros estilos, tanto en sus códigos éticos y morales como en muchos de sus rituales.
Fue una época de guerra constante, pero también de innovación
Algunos de estos códigos éticos han forjado el carácter de los practicantes, aspirantes a Jūnzǐ (ideal de la nobleza moral y la excelencia ética, más allá de la nobleza de nacimiento). Este objetivo de excelencia tenía, y tiene, un sentido de la máxima utilidad para nuestra vía, fomentando la sana relación que debe existir entre los conceptos de poder y responsabilidad en el espíritu de una persona adiestrada para la lucha. Lejos de cualquier narrativa estimulante sobre estos hombres ideales, lo cierto es que, estos códigos éticos de conducta, han sido siempre valores que reconfortan el espíritu humano, conllevan armonía social y fomentan un desarrollo interior equilibrado en las personas.
Por desgracia, la aplicación de estos valores es muy compleja en nuestra sociedad actual y mantenerlos nos exige una gran fortaleza, adaptabilidad y sacrificio. Nos vemos en la obligación de renunciar a la acción en situaciones que son, en muchas ocasiones, emocionalmente insoportables. Responder a una agresión, interceder ante una injusticia o no someternos a un grupo cuando presentimos el desastre de seguir sus dictados, entre otras posibles situaciones, se convierte en un problema, un obstáculo que pone en tela de juicio la utilidad de nuestra vía en la gran mayoría de sus preceptos marciales.
Entrenamos técnicas que no podemos utilizar para defendernos, valores que no podemos aplicar sin que se nos tilde de intolerantes y destrezas que no sirven para nada en un mundo cada vez más dependiente de la tecnología. Parece lógico pensar que nuestra práctica es un entrenamiento que no tiene ya ninguna utilidad para el mundo moderno: un martillo en un cosmos sin clavos ni maderas.
Nos vemos en la obligación de renunciar a la acción en situaciones que son, en muchas ocasiones, emocionalmente insoportables.
Personalmente, creo que lo que ocurre es completamente lo contrario. Ahora más que nunca, necesitamos recuperar estas enseñanzas para que la humanidad tenga opciones de salir adelante. Si en lo peor de los estados combatientes surgieron luces como las que he mencionado anteriormente, ahora también podemos hacerlo e incluso desarrollar estas premisas aprovechando las aristas de los nuevos retos a los que nos enfrentamos.
Para lograrlo es necesario utilizar la máxima inteligencia adaptativa. Discriminar cuándo, cómo y por qué podemos aplicar nuestras destrezas, fortalezas o valores frente a las adversidades, injusticias y obstáculos propios de la vida moderna. Si algo aprendemos en nuestra práctica es a luchar adaptando los conceptos, las técnicas y las acciones a las circunstancias cambiantes del entorno. Ahora, en estos tiempos tan enrevesados, la adaptación es prioritaria y quizá dependamos más de habilidades como evitar, ceder, esquivar, confundir, desviar o, por qué no, endurecernos hasta tal punto que quien nos golpee acabe rompiéndose al hacerlo.
Quizá a eso se refiera Li Daochun cuando nos habla de la «acción poderosa en el camino»: un poder que sigue las reglas de la complementariedad de los opuestos, permitiéndonos adaptarnos a lo contrario, sin fracturarnos ni desvirtuar nuestra naturaleza ni nuestros sólidos principios marciales. Estos principios son la verdadera garantía de que nuestros instintos se sometan, sin menoscabo, a la inteligencia firme y estratégica que demandan tiempos tan complejos como los que vivimos.
Comments