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Espiritualidad social: ley, ética y heroísmo. Segunda parte.



«La tolerancia ilimitada debe llevar a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra el ataque de los intolerantes, entonces los tolerantes serán destruidos, y la tolerancia con ellos.»


La sociedad abierta y sus enemigos

Karl Popper


Antes de comenzar, resulta necesario que diferenciemos entre «irracionalidad» como falta de lógica e «irracionalidad» como una forma de profundizar en la comprensión humana más allá de los límites de la razón convencional.


Los héroes, en muchos relatos y teorías, parecen actuar desde un marco de profunda convicción. Esta operativa, aunque no siempre es completamente racional desde una perspectiva analítica, es profundamente significativa y auténtica desde una perspectiva existencial en todo lo relativo a su marco de valores de referencia.


En este sentido, el héroe puede ser visto como un puente entre lo racional y lo irracional: alguien que actúa desde un lugar de valores profundos, que pueden o no ser completamente articulables en términos de lógica convencional, pero que son esenciales para impulsar profundos cambios significativos a nivel personal y social.


La acción heroica a menudo opera en un nivel que trasciende las dicotomías más simples, fusionando la razón con la emoción, los instintos con los ideales, y la personalidad individual con las necesidades colectivas.

El héroe puede ser visto como un puente entre lo racional y lo irracional.

Thoreau expone el concepto de heroísmo, no como una búsqueda de la gloria o el reconocimiento, sino como un compromiso profundo con la justicia. Esta afirmación nos hace entrever que su visión del héroe es obligatoriamente análoga a la inclusión de un profundo marco de valores éticos y morales en las referencias operativas que nos permiten identificarlo como tal.


En Desobediencia civil, primera obra que revisamos en el marco del estudio de esta serie de entradas, se nos muestra que el verdadero héroe es aquel que, en la quietud de su conciencia, decide tomar una postura, a menudo solitaria, contra la maquinaria del Estado cuando esta está contaminada por la injusticia. Este heroísmo se manifiesta a través de la no cooperación y de la desobediencia pacífica, herramientas que permiten al individuo mantener su dignidad y su integridad moral frente a la opresión.


Thoreau argumenta que cumplir con leyes injustas equivale a ser cómplice de la injusticia. Por lo tanto, la verdadera batalla por la justicia es una batalla interna que cada individuo libra al decidir hasta qué punto está dispuesto a servir a aquellos que cometen actos inmorales. Nos muestra a la desobediencia civil como una forma de guerra: una lucha por la paz y la justicia, pero que se lleva a cabo en el campo de batalla del espíritu y la moral.



Su particular enfoque resalta la idea de que el heroísmo puede y debe existir fuera de los campos de batalla convencionales, y debe expresarse a diario en las decisiones cotidianas. También en la resistencia civil contra la autoridad cuando esta se desvía del recto camino de la justicia. La desobediencia civil, como concepto y práctica, se basa fundamentalmente en principios éticos y morales elevados. No se trata simplemente de una herramienta para desafiar al gobierno o a las autoridades por intereses personales o por una lucha de poder; es una forma de expresión profundamente arraigada en una completa convicción moral.

Thoreau argumenta que cumplir con leyes injustas equivale a ser cómplice de la injusticia.

En gran medida, no deja de ser una propuesta arriesgada cuando el marco general de la sociedad ha sufrido, ya en sus pilares, el menoscabo de unos valores imperantes decadentes, tal y como ocurre en gran parte de nuestra sociedad actual.


Ya no se trata solo de que la justicia esté contaminada, sino de que los valores sociales en los que se basan las leyes que permiten el ejercicio del derecho tengan también corrompidas sus más profundas raíces. Sociedad, Estado y cultura se dan la mano entonces en un triángulo disparatado de progresiva oscuridad en la que el héroe, en su ejercicio de desobediencia civil, puede verse en completa minoría, no solo ante el ejercicio injusto del Estado y sus leyes, sino también frente a la corrupción sistémica de una sociedad que es parte y reflejo inequívoco de dicho deterioro.



Sin un marco sólido de valores éticos y morales, la desobediencia civil corre el riesgo de degenerar en anarquía o en manipulación por intereses particulares. Únicamente los principios éticos aseguran que la desobediencia se mantenga como un acto de conciencia y no se convierta en una herramienta para ganar poder o desestabilizar la sociedad sin una causa justa.

La verdadera batalla por la justicia es una batalla interna que cada individuo libra al decidir.

Por este motivo, Thoreau supedita el ejercicio de esta desobediencia a que la causa sea defendible no solo desde la perspectiva del individuo que desobedece, sino también en términos de «principios éticos universales». Y consolida estos principios al incluir también en sus exigencias para el ejercicio de la desobediencia un tipo de acción pacífica, que no cause daño físico a otras personas. La no violencia mantiene, en este sentido, la moralidad de la acción y la contrasta con la posible violencia que puede ejercer el Estado o la autoridad contra quienes protestan.


En cualquier caso, su propuesta conlleva asumir importantes responsabilidades, reconociendo, aunque a priori parezca un contrasentido, la importancia de la ley y el orden en general. Su propuesta de desobediencia no es un rechazo total de todos los aspectos del sistema legal, sino una protesta contra leyes específicas que se consideran injustas. Este respeto selectivo, al igual que ocurre con su modelo pacifista de acción, también consolida la integridad de su posición ética.


De hecho, esta posición no es solo ornamento teórico en palabras de un filósofo distanciado de su mensaje. Sus ideas surgen de la desilusión con la esclavitud y la guerra contra México, situaciones que consideraba moralmente reprobables y que fueron apoyadas por el gobierno de su tiempo. Thoreau sostiene que cuando un gobierno es injusto, es responsabilidad moral del individuo no permitir que tal injusticia se perpetúe a través de su apoyo tácito. Así, para él, la desobediencia civil no es solo un derecho, sino un deber moral, teoría que queda claramente materializada en su resistencia a las leyes sobre el impuesto de capitación, que culminó en su arresto y posterior encarcelamiento.

Sus ideas surgen de la desilusión con la esclavitud y la guerra contra México.

Desde esta perspectiva, ética y coherente, vemos que su obra es un testimonio poderosamente elocuente sobre la resistencia moral frente a la injusticia. Un manual práctico para aquellos que buscan entender cómo reaccionar pacíficamente frente a la corrupción ejercida bajo el disfraz de la ley y el orden, así como una guía personal para fortalecer el espíritu que debe navegar las turbulentas aguas de una sociedad que ha ido perdiendo progresivamente sus valores, para acabar sustituyéndolos de forma masiva por un cómodo modelo de vida basado en la no fricción, en la aceptación de la mediocridad y la vulgaridad y en confundir la tolerancia y el respeto con un cheque en blanco para los indeseables del conjunto humano.


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