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Espiritualidad social: Ley, ética y heroísmo. Primera parte.


«Los héroes son los paladines de la ambición del hombre por traspasar los opresivos límites de la fragilidad humana hacia una vida más plena y vívida, por conquistar en la medida de lo posible una virilidad autosuficiente, que se niega a admitir que nada le resulte demasiado difícil y se contenta incluso en el fracaso, siempre que haya realizado todos los esfuerzos de los que es capaz. Como el ideal de la acción atrae a un gran número de hombres y abre nuevos capítulos de experiencia apasionante, se convierte en materia de poesía de un tipo especial.»


C. M. BOWRA

Heroic Poetry (1952)

 



Introducción

Los valores humanos son tan diversos, y a veces tan contradictorios, que cada vez resulta más complicado aceptar la posibilidad real de establecer una sociedad plural y multicultural, tal y como algunos ideólogos actuales insisten en proponernos.


Palabras como buenismo, intolerancia, extremismo, convivencia o progresismo, entre muchas otras del mismo tinte, llenan de titulares la prensa que inunda nuestro inconsciente de mensajes con una altísima influencia ideológica sesgada.  Una carga difícil de llevar cuando hemos derribado los puentes que nos comunicaban con los altos valores de otros tiempos, acción que hemos llevado a cabo para acabar resguardados en la fortaleza preconcebida de la tan aclamada «legislación vigente».


Sin darnos cuenta, hemos intercambiado responsabilidad individual y valores humanos por sometimiento a normas decididas por terceros, un nuevo ejercicio de comodidad vital que, como todas las comodidades excesivas, ha debilitado progresivamente nuestra esencia y potencial humano.


Hemos abandonado el esfuerzo y sacrificio personal que supone el ejercicio de los valores que, de mejor o peor forma, nos han permitido crecer como sociedad, aumentar nuestras capacidades tecnológicas y enfrentarnos al desconcierto nihilista al que nos vemos abocados cuando se socaban, de forma permanente, los principios de equilibrio de los que emana una verdadera espiritualidad social.

hemos intercambiado responsabilidad individual y valores humanos por sometimiento a normas decididas por terceros,

En esencia, la relación entre los valores humanos y las normas sociales ha sido normalmente sana y de mutuo reconocimiento. La norma social se ha basado en valores elevados y los valores elevados han certificado la validez de dichas normas como garantes del equilibrio y justicia entre las personas y, en general, de la sociedad en su conjunto.



Sin embargo, y a pesar de lo ideal del concepto, frente al conjunto de normas legales que cualquier sociedad se auto impone, suelen nacer de forma natural conflictos de valores e intereses, tanto particulares como generales. Los valores correctos, bien aplicados a cada problemática, pueden ser la garantía para que el resultado de dicha fricción genere normas más robustas o equilibradas. El gran problema de fondo es, como en casi todo en la vida, el tiempo de realización natural para que se produzca todo este proceso regenerativo.


La norma tiene una gestación que supera con creces el tiempo de necesidad operativa. Nace a raíz de un conflicto ya existente y, mientras se recompone o se opone, las tensiones sociales que rigen el problema siguen existiendo, asentándose y naturalizándose como enfermedades incurables.

la relación entre los valores humanos y las normas sociales ha sido normalmente sana y de mutuo reconocimiento.

Y estas tensiones las suelen sufrir las personas de a pie, las que coexisten en un maremágnum de valores contradictorios, normas enfrentadas, individuos desorientados y enfoques ideológicos que nacen del desconocimiento o la negación de la naturaleza intrínseca de las cosas.


Somos testigos de esta realidad cuando comprobamos que determinadas acciones, que en otros tiempos podrían considerarse heroicas, aparecen ahora como posibles delitos que llevan aparejadas penas y condenas legales para aquellos que han decidido correr el riesgo. Hablamos de personas que sacrifican sus intereses personales para mantener vivos los valores que subyacen a cualquier norma ética y moralmente aceptable. Nos referimos al ejercicio de lo que en otros tiempos se denominaba heroicidad.



En nuestra realidad actual, la heroicidad se interpreta como una intromisión de los valores encarnados en un individuo en el marco de acción que es competencia exclusiva de la norma y sus procesos ejecutivos. Es decir, se establecen tantas dificultades para la acción resolutiva inmediata de un individuo en base a estos valores, que la mayoría de la sociedad opta por abandonar esta pulsión natural hacia la justicia y se decanta por apartarse y mirar lo que es a todas luces inaceptable.


Nos quejamos de que la gente decide grabar una desgracia con un smartphone antes de intervenir en ayuda o auxilio de una persona que lo necesita. Sin embargo, cuando la acción necesaria lleva obligatoriamente asociada el uso de la violencia, nos llevamos las manos a la cabeza en un ejercicio de profundo cinismo, cobardía y debilidad.


Cuando alguien decide intervenir poniendo en riesgo su vida, su integridad física y la de los suyos, en aras a hacer frente a algo que considera brutalmente injusto, su acción se ve criticada y penada por una sociedad que prefiere esconderse tras los muros de una legalidad lenta y una valoración de opciones a posteriori que, en ningún caso, serviría absolutamente para nada en el momento exacto de necesidad.

la mayoría de la sociedad opta por abandonar esta pulsión natural hacia la justicia y se decanta por apartarse y mirar

Cuando la sociedad establece un conjunto de normas cerradas, reglas que dificultan o impiden el ejercicio correcto de la heroicidad, castigándola a priori sin valorar el trasfondo que la provoca, está extirpando a su mayor garante de autorregulación cuando todo se descontrola; está directamente sacrificando al guía espiritual que mantiene viva la llama de la esperanza.


Si dejamos de percibir los perennes valores de lo humano, lo divino que hay en nosotros, y nos quedamos sin héroes que puedan representar dicha característica, parece que el infierno del caos podrá instalarse libremente en la inmediatez de las cosas, esa zona de tiempo en la que la ley y la norma suelen manifestar su peligrosa impuntualidad.


En nuestro contexto, vemos claramente esta tensión entre las principales corrientes filosóficas chinas, en concreto el confucianismo y el taoísmo. La norma y el grupo muestran su antagonismo filosófico frente al individuo y la naturaleza; dos polaridades que han sabido coexistir en una sociedad decidida a asumir los preceptos más convenientes para cada momento de la vida, sin rubor ni contradicciones añadidas.



En cualquier caso, cualquier modelo tradicional, sea de la cultura que sea, nos recalca la necesidad de mantener vivo el arquetipo del héroe; una representación encarnada del sacrificio de la individualidad por elementos de orden superior a los que someter la acción y la operativa existencial.


La figura del héroe ha formado parte del mecanismo regulador de la tensión entre las partes constituyentes de esta pretendida sociedad espiritual humana. Ha actuado siempre a lo largo de la historia, tanto hacia el interior del individuo como hacia el mundo exterior con el que este se relaciona. De esta forma, aparece como un modelo humano que ha influido en la cultura, tanto en el orden social equilibrado que emana de ella como en su propia manifestación política y legal en términos éticos y morales justos.

La norma y el grupo muestran su antagonismo filosófico frente al individuo y la naturaleza;

En esta serie de cuatro entradas queremos revisar profundamente este fenómeno de tensión entre la norma y la utilidad del héroe como intermediario entre el caos y el orden. Vamos a hacerlo contrastando las perspectivas de cuatro grandes pensadores que percibieron, entendieron y plantearon alternativas al problema que acabamos de presentar.


Intentaremos que Henry David Thoreau, John Stuart Mill, Hannah Arendt y Michael Walzer, a través de un minucioso análisis resumido de sus obras más representativas, nos ayuden a entender mejor cómo podemos salvaguardar al héroe sin menoscabar su sentido. Les pediremos que nos ayuden a justificar y argumentar la necesidad de un héroe frente a la norma, un héroe que ya comienza a convulsionar en una sociedad que ha decidido envenenarlo desde una lógica trastornada por ideologías contranaturales, esas que nos invitan a reflexionar mientras el depredador ha comenzado ya a devorarnos por los pies.

Comenzaremos con Henry David Thoreau y su ensayo Desobediencia civil (1849). Thoreau plantea argumentos a favor de la desobediencia a leyes injustas. También recalca el deber moral de actuar según la conciencia, incluso si esto contradice las leyes del estado. Este ensayo ha influenciado a muchos movimientos sociales y líderes, incluyendo a Martin Luther King Jr. y Mahatma Gandhi, en sus luchas particulares y los movimientos que promovieron con su acción contra leyes y planteamientos sociales injustos.


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