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ESFUERZO Y MOVIMIENTO PARA NO DEPENDER DE TERCEROS.


¿Os suena la sarcopenia? Pues debería. Es el declive progresivo de la masa muscular vinculado al envejecimiento. Nos afecta a todas las personas sin exclusiones, bueno sí, algunas suelen sufrirlo menos que otras ¿Cuáles? ¿Cómo podemos convertirnos en una de ellas? La respuesta es bien sencilla, ¡¡esfuerzo!!


Vayamos por partes. Ya quedó claro que Lamarck no tenía ni idea de lo que decía cuando pronunció su famosa frase «la función hace al órgano», pero de algún modo, y aunque parezca una herejía, podemos afirmar que tenía algo de razón. Si dejamos de utilizar la función, el órgano se deteriora, esto está más que demostrado por miles de estudios que no vamos a resaltar aquí.


Movernos y esforzarnos nos permite mantener nuestra estructura cogno-neuro-musculo-esquelética (ECNME) en óptimas condiciones. Es cierto que la genética, la alimentación, el sobre uso y mil y un condicionantes más, pueden dar al traste con nuestra explicación, pero en óptimas condiciones de comida, descanso y equilibrio activo, cuanto más tiempo de nuestra vida mantenemos una actividad física saludable, más garantías tenemos de mantener alejados o reducidos males como la diabetes tipo 2, la hipertensión, la osteoporosis y, entre otros muchos deterioros más, la maldita sarcopenia.



Por esto, cuando nos damos cuenta de que para estar sanos tenemos que estar, de algún modo, manteniendo unos niveles de esfuerzo oportunos durante toda la vida, más de uno y de una se preguntan si esto es una maldición, si no hay descanso posible, como si el objetivo final de nuestro sentido vital fuese el descanso eterno, algo que a todos nos llega sin excepción queramos o no. Cuando la vida está todavía presente en el cuerpo, toca moverse y disfrutar de esta bendición que tenemos los seres vivos animados.

El movimiento es el eje de todo lo existente, unos se mueven más, otros menos, pero siempre hay movimiento y deberíamos aceptarlo, amarlo, comprenderlo y ejercerlo hasta el último de nuestros días.


Todo el problema de esta cuestión radica más en una actitud ante la vida que ante una maldición orquestada por los dioses del tipo «te ganarás el pan con el sudor de tu frente». Qué tal, «gracias al sudor conseguirás enfriar tu cuerpo cuando te esfuerces para conseguir tus objetivos». Este lastre filosófico que nos ha marcado desde siempre tiene múltiples cómplices, no solo los religiosos. Enumeraré algunos copartícipes de esta filosofía del descanso eterno como objetivo a lograr.

En primer lugar se lleva la palma una pésima educación física en la escuela, no me extenderé en esto pero cualquiera en edad adulta que revise lo que hacía en el colegio tendrá mucho que decir a favor de mi afirmación. No se nos educa en un modelo de vida activo, un modelo en el que el ejercicio y el esfuerzo tienen más de placer que de castigo. Una parte de esta culpa la tienen profesores pésimamente formados, especialistas en otras materias a los que les toca asumir algo que ni les va ni les viene, (bendito Youtube ¿verdad?)



También, tiene la culpa en este ámbito una falta absoluta de vocación de educadores en lo físico, personas que dan por hecho que la actividad física es hacer deporte y, en última instancia, competir y ganar, discriminando a todo aquel o aquella que necesitaría un planteamiento personalizado para adquirir esta forma de placer universal.


Otro de los responsables de esta situación inaceptable es la famosa sociedad del bienestar, en la que confundimos bienestar con «comodidad permanente». Tenemos máquinas para todo. Reducimos la actividad física constantemente derivándola a aparatos que nos cuestan el dinero, consumen energía y deterioran nuestras capacidades físicas, psíquicas y cognitivas por desuso. Para muestra un par de ruedas con motor para que nuestros hijos se muevan sin caminar.



Otro elemento más que tiende a acomodarnos es el bendito/maldito sofá, y lo hace en posturas anatómicas ilógicas para que seamos testigos de toda la basura que nos insuflan desde la pequeña pantalla. Todo eso aderezado con cervezas, patatas fritas, frutos secos, helados y mil modos más de pervertir nuestro equilibrio físico, psíquico y espiritual. Las farmacéuticas no tienen la culpa, simplemente responden a un mercado lleno de irresponsabilidad, mala educación y fantasía. Dejemos de una vez por todas de echarle la culpa a los demás y asumamos nuestras responsabilidades en estos temas. 


Otro gran cómplice de esta situación es la separación sistemática de lo cognitivo y lo físico, como si no fueran esencialmente lo mismo. Me explico. Afirmaciones del tipo «si tienes un examen deja esta semana de entrenar», seguido del siéntate un montón de horas a meter en la cabeza todo lo que puedas, toma mucho café, ni te muevas de la silla y luego, a la cama o al sofá para relajar la mente volviendo al bucle anterior de la ingesta de basura. También está más que demostrado que la actividad física ayuda a que nuestro cerebro funcione y se desarrolle mejor.

El panorama es desolador y justifica, con creces, que haya personas que se planteen si esto de tener que moverse para conservar la masa muscular y sus capacidades intactas es una maldición del cielo. 


Cuando llegue esta pregunta a vuestra cabeza observad a cualquier persona que tenga obligatoriamente que estar postrado en cama, que tenga miembros amputados, que no pueda moverse por culpa de algún tipo de enfermedad o accidente, y levantad vuestras piernas, moved vuestros brazos y agacharos antes de dar un salto, no muy alto.


Sí este simple pero clarificador experimento no resuelve vuestras dudas necesitáis ayuda urgente, recordad, la sarcopenia hace su aparición estelar mucho antes de lo que pensamos. Ahí van algunos datos para decantar un poco la balanza.


Nuestro tope de edad para estar, relativamente, relajados está entre los 20 a 25 años, a partir de ahí estamos ya en lucha. La masa muscular magra, sin grasa, constituye hasta aproximadamente el 50% del peso corporal total de los adultos. Entre los 75 y los 80 años disminuye hasta casi un 25% del peso corporal total. A partir de los 40 comenzamos a perder un 8% de masa muscular cada 10 años. Cuando menos andamos y nos movemos aparece reflejado en la pérdida de masa en las piernas. Algunos estudios han demostrado que la sección transversal de los cuádriceps disminuye hasta un 40% entre los 20 y los 80 años.


Esta pérdida de masa del músculo esquelético reduce la tasa de metabolismo basal casi al 30% entre los 20 y los 70 años. Un panorama nada alentador si vemos lo que ocurre a nivel celular. No olvidemos que los músculos no son solo elementos mecánicos sino que participan de algún modo a nivel endocrino en otras muchas funciones del cuerpo. Hay en esta reducción una alteración comprobada de la función de las células satélites vinculadas a este apartado. En particular observamos que esta pérdida reduce progresivamente la función mitocondrial con necrosis fibrilar asociada y con un incremento inevitable de los lípidos intramiocelulares, algo que eleva también la adiposidad de la persona.


Poco a poco se va cumpliendo la norma de que, cuanto menos trabajamos, menos queremos trabajar. Hay que poner freno a esto manteniéndonos activos, realizando tareas funcionales adaptadas a nuestra edad, sin perder el placer por movernos y disfrutar de las cualidades y capacidades que aún mantenemos vivas. No solo se trata de vivir mucho, también tenemos que estar operativos durante todos esos años para no depender de nadie y seguir manteniendo nuestra autonomía motriz.

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