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ENTRENA TÚ MENTE


«Nos concentramos demasiado en lo que conocemos e ignoramos lo que no conocemos, lo cual nos hace confiar demasiado en nuestras creencias».


Daniel Kahneman


Del mismo modo que no nos planteamos si necesitamos comer, beber, respirar o dormir, tampoco deberíamos plantearnos si necesitamos ser activos en nuestro modo de vida.


El sedentarismo físico y mental es fruto de un anclaje en la comodidad, en lo que denominamos «zona de confort». Un modelo vital cómodo, uniforme, seguro y predecible que nada tiene que ver con el sentido adaptativo de todo nuestro organismo. Si dejamos de utilizar las funciones que lo definen como tal es inevitable el deterioro estructural en estos dos aspectos de nuestra persona.


Partiendo de esta certeza difícilmente rebatible y escapando a los tópicos que difuminan el significado real del concepto «zona de confort», tenemos que afirmar que necesitamos movernos, necesitamos retos, amenazas, dificultades y opciones sobre las que tomar decisiones. Necesitamos la tormenta tanto como la calma, el reto tanto como la certeza y el esfuerzo tanto como el descanso. Quedarnos en la parte placentera de la balanza es la crónica amenazante de un próximo desequilibrio vital inevitable.


Nuestro modelo de entrenamiento aborda todos los escenarios complejos que facilitan o mantienen activo el poder adaptativo del individuo. Llena de retos y complejidades, la vía marcial nos expone a una serie de elementos estresantes que, debidamente programados en progresión y carga, nos permiten mantener activas nuestras funciones adaptativas y nuestro crecimiento uniformemente profundizado.


El Ser crece en complejidad y necesita hacer modificaciones permanentes para adaptarse a estas complejidades. La actividad física y la actividad mental se complementan y son interdependientes en sus diferentes planos de evolución. La una sin la otra supone el mismo enclave desequilibrado que tratábamos al principio de la entrada al referirnos a confort frente al esfuerzo.


Uno de nuestros maestros insiste en que el entrenamiento efectivo depende de cogerle el gusto al sabor amargo. Esta metáfora relativa a adquirir placer por lo que no es inicialmente agradable nos advierte del peligro de caer en la complacencia y el hedonismo. Y no lo plantea como una receta o doctrina ideológica, nos lo propone como un riesgo real que puede desembocar en un deterioro progresivo de nuestras capacidades y, por defecto, de toda nuestra estructura fisiológica, anatómica y cognitiva.


La única forma de afrontar esta realidad es asumiendo el esfuerzo como vía para mantenernos en la ruta correcta. Un esfuerzo que puede ser placentero si tenemos el grado de motivación oportuno. La motivación es un resultado sentimental de una serie de planteamientos relativos a nuestras experiencias, nuestras creencias y nuestro aprendizaje anterior. Estamos motivados porque algo supone una respuesta de sentido a una matriz previa construida en base a estos elementos constitutivos del ser.


El entrenamiento efectivo depende de cogerle el gusto al sabor amargo


La toma de conciencia que nos acerca a la motivación parte sin duda alguna del conocimiento, de comprender con claridad a qué nos enfrentamos y de tener la suficiente voluntad para aguantar los primeros pasos que nos confirmen esa certeza. Por este motivo es muy importante que el entrenamiento, en todas sus facetas, facilite un feedback inmediato de mejoría al entrenado para que pueda fortalecer esta convicción.


Para que la motivación mantenga su pulso alimentada por nuestra voluntad activa tiene que retroalimentarse con las certezas que le otorga constantemente nuestra exploración receptiva, la interpretación positiva de que realmente estamos consiguiendo progresos. Sin retos, sin voluntad, sin conocimiento ni consciencia es muy difícil desarrollar este placer por lo menos dulce.


En el caso de lo físico la ecuación parece más simple y evidente. Es más fácil obtener sensaciones positivas después de un duro entrenamiento. Sentir una musculatura más congestionada, sentir las endorfinas que inundan nuestro cerebro después del ejercicio y disfrutar del placer posterior del descanso.


Sin embargo, cuando se trata de entrenar la mente, los mecanismos de retorno positivo no son tan claros. Debemos asumir que nos adentramos en un territorio mucho más complejo que el físico. Podemos sentir nuestros músculos, pero no podemos sentir cómo está trabajando nuestro hígado o nuestros riñones después del ejercicio.


Cuando hablamos de la mente, podremos establecer un paralelismo a nuestra tesis anterior al afirmar que podemos sentirnos más relajados después del ejercicio, menos estresados, con más armonía en general. Sin embargo, no podemos contrastar estas sensaciones con la operativa interna que se está desarrollando en planos más profundos de nuestro cerebro; no conocemos qué está pasando a nivel subconsciente y cómo nos afectará eso de forma positiva en los objetivos propuestos por nuestro entrenamiento.


Para asumir un entrenamiento mental y crear la motivación oportuna para hacerlo debemos comenzar por entender la necesidad de hacerlo, por asumir el deterioro que deviene de la falta de uso correcto de nuestra estructura mental y por comprender cómo funciona de forma natural. Aunque la mente es un territorio oscuro y complejo, podemos simplificarlo inicialmente para poder dar los primeros pasos en nuestra hoja de ruta.


La practica marcial es exigente a nivel físico, pero también lo es en lo mental y lo emocional. Es tan exigente que podemos decir que la preparación que buscamos con el entrenamiento va enfocada a las situaciones más límite posibles de nuestra vida. Entrenamos para la situación absoluta y eso nos exige que el entrenamiento aborde de forma absoluta todos los planos del ser y del contexto, tanto lo físico y funcional como lo mental y emocional.


Marcialidad y disciplina van de la mano porque es fundamental afrontar estos retos con una gran determinación para garantizar nuestra permanencia en la vía. Cuerpo, mente y espíritu son simples nombres que determinan aspectos entrenables que debemos desarrollar, por separado y de forma conjunta, con el objetivo de obtener los beneficios inmediatos que resultan de la interacción equilibrada y natural de todos estos elementos.


Tenemos que entender con claridad a qué denominamos mente, qué entendemos por cognición, cuáles son las funciones cognitivas y en qué medida participan en el conjunto del proceso marcial. Con estas ideas de base podremos establecer la comprensión necesaria para abordar el proceso específico del entrenamiento mental. Este proceso nos debe ayudar a generar las adaptaciones funcionales que buscamos para mejorar nuestro potencial marcial general y crear la integración que antes mencionábamos. La práctica marcial debe ser una vía integrativa que relacione elementos de forma eficaz y atendiendo a la naturaleza de sus estructuras y sus movimientos sinérgicos.


En esta serie intentaremos detallar algunas de estas bases fundamentales para abordar el entrenamiento mental de forma complementaria a los otros modelos de entrenamiento marcial ordinario. Un capítulo aparte que necesita ser tratado y transferido a la práctica conjunta con una serie de garantías y percepciones aproximadas de la realidad de su efecto.





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