El carácter del guerrero
Quizá a muchos les esté ocurriendo como a mí. Tengo la sensación de estar viviendo situaciones en el plano mundial que parecen extraídas de una película de tintes distópicos. La guerra parece dejar de existir cuando los medios la silencian, pero sigue estando ahí.
El conflicto armado es desagradable, terrorífico cuando se observan las imágenes de su realidad; inadmisible cuando se comprenden los motivos que lo generan. Estos motivos, causas o intereses provocan muerte, dolor, sufrimiento y desesperanza para las personas que poco o nada tienen que ver con ellos. Son fruto de la maldad, la inutilidad, la irresponsabilidad y la falta de memoria para entender que, a través de una guerra, no hay más resultado que la muerte y el horror.
Aceptar esta realidad es un primer paso para poder revertirla y descubrir nuevas formas de interpretar el presente, de no caer en las trampas a las que la desmemoria y la soberbia nos empujan. Descartarla de nuestra percepción es huir, es permitir que su naturaleza permanezca intacta, sin transformación, aumentando su riesgo y debilitando las contramedidas que podríamos haber establecido contra ella.
Una parte importante de la práctica marcial consiste en dejar de mirar para otro lado para focalizar correctamente el instante. Toda la estructura de las artes marciales, toda su esencia, se centra en métodos para preparar a las personas para entornos y situaciones hostiles, para entender la crudeza de la acción combativa, sus consecuencias y su habitual falta de sentido. También se centra en adquirir las destrezas y habilidades para poder salir de ellas luchando, SÍ, combatiendo con uñas, dientes y neuronas; y hacerlo con el menor daño posible, no solo para nosotros mismos, también para un oponente que quizá actúa de forma equivocada.
Podemos estar en contra de la guerra, pero no podemos apartarnos de su existencia y combatirla exclusivamente con palabras llenas de retórica y vacías de intenciones y voluntades. A veces es preciso el uso de la fuerza. También lo es pagar el alto precio que pagamos cuando hemos mirado demasiado tiempo hacia otro lado; cuando el lobo no educado pesa ya más que nosotros y sus dientes no han dejado de afilarse mientras vivíamos el sueño de la comodidad, el bienestar y la falsa seguridad que proporciona a los imbéciles sentirse alejados del peligro.
Una parte importante de la práctica marcial consiste en dejar de mirar para otro lado para focalizar correctamente el instante
La base de la verdadera libertad no es otra que ser educado desde niño para desarrollar el sentido de la responsabilidad personal. La mayoría de las aberraciones humanas se han cometido con cómplices pasivos que no sabían actuar por sí mismos. Un ejercito de borregos se forma cuando todos piensan que la responsabilidad de sus actos puede transferirse a terceros sin conciencia.
Para combatir estos males, estos espejismos contra natura, necesitamos disponer del carácter que permite la confrontación sin miedo, el carácter que no se agacha, el carácter que acepta el reto de enfrentarse a aquello que es injusto, maligno y dañino.
El eje principal de todo el proceso de formación en artes marciales es el cultivo de ese carácter determinado, el fomento de aquellas características que hacen excepcional al ser humano en condiciones inhumanas. Aunque es difícil precisar en qué consiste este carácter, es relativamente fácil apuntar a su objetivo fundamental, un objetivo que se centra en mejorarnos frente a todos los ámbitos que nos repercuten negativamente fuera y dentro de nosotros mismos.
Un ejercito de borregos se forma cuando todos piensan que la responsabilidad de sus actos puede transferirse a terceros sin conciencia.
Ese cultivo tiene que ver con premiar interiormente las actitudes que nos muestran esa vía de excelencia descartando, sin ningún tipo de estímulo positivo, aquellas actitudes que nos invitan a transitar los caminos de la cómoda mediocridad. Este último término es el que nos reduce, el que nos resta operatividad, el que nos transforma en algo menos capaz de hacer frente a las vicisitudes de la vida ordinaria y extraordinaria.
Un primer paso consiste en conocernos a nosotros mismos en profundidad. Cuáles son nuestras reacciones desordenadas, cuáles son nuestras intenciones verdaderas, siempre descubriendo lo injusto que pueda subyacer en ellas. Es preciso conocer nuestra historia, cómo se construye hasta el momento presente todo lo que hemos adquirido en términos reactivos, en términos interpretativos y estableciendo una narrativa interior en la que podamos encajar algunas cosas que ocurren. Esto debe desembocar en una ética propia, una actitud moral inequívoca con una idea clara de lo que es correcto y lo que no.
El cultivo del carácter continúa por aprender a comprender al otro, estudiar al otro, ponerse en su piel, en su mente y en su corazón; debemos hacerlo desde una perspectiva sutilmente empática, pero radicalmente distanciada para evitar el contagio.
vivíamos el sueño de la comodidad, el bienestar y la falsa seguridad que proporciona a los imbéciles sentirse alejados del peligro.
Entender quiénes somos, qué nos mueve, quién es el otro y cómo reaccionaremos en determinadas circunstancias nos facilita el cultivo del carácter que pretendemos, un carácter paciente, tolerante e inteligente, pero a la vez, un carácter determinado, contundente y sin fisuras.
¿Cómo se articula este proceso dentro de la formación del artista marcial? Ocurre de múltiples formas. La primera de ellas es aceptando la práctica marcial como un mecanismo de conocimiento y transformación personal. Desde esta aceptación, es fácil que desarrollemos una actitud de gratitud y de estudio que nos permita interiorizar los conceptos, enseñanzas y filosofía implícita en una forma muy extensa y compleja de fortalecernos.
Es importante no olvidar nunca este precepto. Un carácter fuerte depende que una mente, un cuerpo y un espíritu fuertes, que sea capaz de aceptar lo duro y de enfrentarse a ello pese a las consecuencias que deriven de hacer lo correcto.
Para ello, el practicante no puede ser un borrego, no debe seguir normas estrictas que no tengan en cuenta la variabilidad de las cosas y la maldad intrínseca que subyace en algunos momentos de la vida. Debe pensar por sí mismo, debe tomar sus decisiones sin dejarse influir por nadie al hacerlo. Debe ser responsable, hasta el extremo, de comprender y fomentar la idea de que todos sus actos tienen un último filtro de responsabilidad que es uno mismo y sin terceros.
No podemos transferir nuestras responsabilidades más profundas a nadie porque las decisiones finales de nuestros actos son nuestras, nadie tiene la culpa de nuestra debilidad adquirida, de nuestra falta de comprensión o de nuestra tendencia a la comodidad. Podemos cambiar esta tendencia desde hoy, desde ahora mismo. Podemos decidir, sin mirar atrás, que hemos dejado de ser un trozo de madera a merced de cualquier corriente, para convertirnos en un árbol de profundas raíces, un árbol que sigue creciendo verticalmente mientras combate constantemente las fuerzas que pretenden tumbarlo.
Un carácter fuerte depende que una mente, un cuerpo y un espíritu fuertes
Los únicos responsables de nuestra falta de raíces, de la blandura de nuestra corteza, de la insolidez de nuestro tronco, o de la falta de frondosidad de nuestras perspectivas positivas hacia lo alto, sin excepciones, somos nosotros mismos. Esta convicción nos exige, nos empuja, nos conmina a que cultivemos el carácter necesario para luchar y ganarnos, a cada momento, el respeto, la libertad, la paz y la justicia que hacen que el mundo y la vida merezcan verdaderamente la pena.
Esa es la vía del guerrero que proponen las artes marciales a través de sus premisas y a través del cultivo del carácter marcial, la vía que no excluye de la ecuación de la vida todo lo terrible que forma parte indivisible de lo que somos, esa monstruosidad que no podemos ni debemos permitir que prospere en lo más profundo de nuestro corazón.
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