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El arte como experiencia personal en lo marcial.


«El arte tiene entre sus objetivos ayudarnos a comprender la realidad a través de la representación y lo hace con la herramienta de las células de espejo: si eliminan el objetivo de representar, las células no trabajan en ayudarnos a ordenar nuestra realidad y la existencia».

Avelina Lésper


En más de una ocasión me he encontrado discutiendo aspectos verdaderamente inverosímiles sobre lo que significa el arte en el contexto marcial.


El arte se manifiesta en múltiples formas, pero hay verdades indiscutibles en su esencia. Es, ante todo, una creación intrínsecamente humana. Y como toda creación humana de este calibre delicado, emerge desde una sutil alquimia que combina la agudeza de la inteligencia y la profundidad de nuestra sensibilidad en su máxima expresión de pureza. A menudo, el arte brota al reconocer y confrontar aquellas distorsiones que amenazan esa innata y esclarecedora sensibilidad que tanto anhelamos.


En cualquier caso, el artista y el arte forman un tándem indisoluble y primordial. Dos pétalos de una flor recurrente y bidireccional que, en un diálogo de sentidos de diferentes densidades, suele dar aquellos frutos que le permiten los virtuales talentos desarrollados y heredados que toda obra exige en su manifestación exterior.


En estos términos tan «espirituales», parece difícil encuadrar como arte a cualquier método compuesto de estructuras de contacto y confrontación. Estructuras que se deben aprender, conceptos que fijan ideas y tendencias de acción, modelos que jerarquizan fases y estadios que se deben recorrer con sutiles superposiciones, con el objetivo de alcanzar otros de mayor entendimiento y operatividad frente al conflicto físico y sus circunstancias.

el artista y el arte forman un tándem indisoluble y primordial.

A simple vista, puede parecer que estamos ante un método científico más que ante un proceso artístico personal. Y es lógico que cualquier comparativa que hagamos entre un arte marcial y una obra musical, coreográfica, pictórica o de cualquier otro tipo, acabe llevándonos al desastre argumental en el que se basan algunas simples y heredadas retóricas.


El arte en lo marcial forma parte de un viaje que se inicia dentro de un método estructurado, pero que discurre entre elementos imprevisibles, complejos y mucho más profundos de lo que puede apreciarse externamente. Este proceso artístico no deja de ser víctima ocasional de determinadas falacias recurrentes, enredos explicativos basados en absurdas proyecciones estéticas, propias de otros campos ajenos a la marcialidad en su más profunda comprensión.


Para las artes marciales actuales, desvestidas de toda connotación pseudocientífica o espiritualista, el arte nace de la comprensión interna del propio practicante. Una comprensión que le va facilitando gradualmente su práctica diaria. Esta práctica navega entre sus límites temporales, sus experiencias y recuerdos, sus emociones enquistadas o desbordantes y sus desalientos impacientes, esos que suelen empujar hacia las duras frustraciones que endurecen el espíritu en la medida de sus necesidades.


El arte en lo marcial está contenido en un núcleo cuyo espectador único es el propio artista; cuya estética externa no es más que el reflejo minúsculo de la magna obra interior que se lleva a cabo respiración tras respiración, sensación tras sensación, sentimiento tras sentimiento. Esta interioridad hace que muchas de sus expresiones externas habituales no sean estéticas o atractivas, no requieren interpretación ni juicio.

el arte nace de la comprensión interna del propio practicante

Por desgracia, actualmente presenciamos un teatro de representación estética que no difiere en absoluto de una vacua obra teatral sin narrativa. Un eco innecesario para el proceso de construcción interna que debería significar todo este proceso.


Para el artista marcial, el martillo y el cincel son su introspección evolutiva, su mirada interna, implacable, justa y sincera. La visión que fortalece un espíritu que debe manifestarse en una forma de actuar en la vida diferente, armoniosa, consciente y equilibrada. El alma del arte marcial es el artista, como en cualquier otra disciplina, pero su resultado es personal, inexpresable e indiscutible.

En algunos ejercicios como el Taolu o el Sanshou, el artista se entrega a sacar bloques de experiencia interna en forma de movimientos exteriores. Dinámicas oportunamente entrelazadas con la realidad cinética del momento, con un flujo entre llenos y vacíos que componen el cuadro de un presente fugaz, un instante que aterriza y despega antes de que podamos valorar verbalmente cualquier conclusión que queramos fijar sobre él.


Esta práctica es arte porque nos exige llegar al centro de nosotros y producir un nosotros diferente, claro y auténtico. Un nosotros personal e intransferible que se muestra hacia el exterior tal y como es plenamente; la intención que subyace en el proceso no está orientada hacia la interpretación externa de su superficie.

Para el artista marcial, el martillo y el cincel son su introspección evolutiva,

Veo personalmente el arte, en términos generales, como la sensación estética interior en la que lo sublime, lo grotesco o lo trágico se superponen una y otra vez según lo que nuestro espíritu en construcción nos suscita. Nos pide representar interiormente el terror o la piedad, ambas lateralidades del ser, en un movimiento vacío que imagina llenos que no existen más que en nuestros propios sueños simbólicos de la infancia.


Manejamos emanaciones de una idea que imaginamos agresiva frente a un vacío lleno de potenciales incógnitas, abstracciones en las que podemos descubrir el sentir interior concreto, exacto, preciso; y todo ello sin que esa concreción, exactitud o precisión tengan nada que ver con el modelo estructural visible del estilo practicado en su forma más reconocida.

El alma del arte marcial es el artista,

Cada expresión del arte es personal, pero cada muestra en activo en el contexto de plasmación, en la ejecución de la técnica en su momento, de la forma en su desarrollo, debe estar en perfecta armonía con el instante para que su sentido sea realmente trascendente. Ese es el único punto en el que lo interno y lo externo se tocan para volver a separarse. Un flujo o pulsación en el que no podemos confirmar que la obra funciona, transmite o comunica hasta que no cumple el requisito de solidez que la propia experiencia real de la acción nos confirma.


Debemos estar y ser a la vez en una fijeza interior, mientras el dinamismo externo se nutre de todos esos patrones aprendidos con un único objetivo, desarrollar los talentos necesarios para sustentar esa experiencia interior, la que le da sentido personal a una práctica ininterrumpida hasta el final de nuestros días.


Quizá, ahí está el arte de lo marcial; sigamos explorando y a ver qué nuevas imágenes nos suscita la práctica. A lo mejor todo vuelve a cambiar, quién sabe.

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