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Crecer desde el ejercicio de la RESPONSABILIDAD.



«El autentico problema está, más bien, en que una gran mayoría no quiere la libertad y aun le tiene miedo. Para

devenir libre hay que ser libre, pues la libertad es existencia -- la libertad es ante todo la concordancia consciente con la existencia y es el placer, sentido como destino, de hacerla realidad. Entonces es libre el ser humano y a partir de tal instante, así como las grandes masas de la roca primitiva producen cristales con la presión que ejercen, así este mundo que está lleno de coacciones y de medios de coaccionar habrá de servir para poner de manifiesto la libertad en su entero esplendor».


La emboscadura

Ernst Jungüer


Uno de los conceptos peor entendidos de las propuestas taoístas que se filtran en las estructuras más sutiles de los estilos internos es el de wúwéi (無為). Hablamos de «no acción» con cierta ligereza y en muchos casos con una idea absolutamente equivocada de lo que estas palabras significan en el contexto al que nos referimos.


El significado profundo del término Wúwéi va más allá de un mero «no actuar», es más, no tiene nada que ver con la idea principal de reaccionar con naturalidad frente a lo que ocurre, algo que podríamos definir de forma más acertada con el concepto Ziran (自然), término que hace verdadera alusión directa a la propia espontaneidad de lo natural.

La práctica marcial es, ante todo, un viaje hacia el realismo en estado puro.


Cualquier valoración sobre lo real o irreal de esta o aquella idea de entrenamiento es fruto de una confusión, simple pero extendida, consistente en asimilar que «entrenamiento» y «combate» son sinónimos. El entrenamiento es entrenamiento y sus objetivos son el aprendizaje, desarrollo, mejora y crecimiento integral del individuo; no son modelos irreales de combate, tal como algunos insisten en promulgar.


Dentro de este objetivo hacia el realismo, nos centramos fundamentalmente en la idea de que el escenario para el que el artista marcial se prepara tiene dos direcciones, una interna y otra externa. La interna va dirigida al progreso individual humano de cada persona, sus límites, sus potenciales y sus retos evolutivos, tanto físicos como metafísicos. Un crecimiento personal que, lejos de cualquier cliché, consiste en descubrir el propio potencial profundo afrontando las exigencias naturales de su desarrollo hasta sus más distantes posibilidades.

La práctica marcial es, ante todo, un viaje hacia el realismo en estado puro.

La externa va dirigida a responder con eficacia a los desafíos que la vida nos pone por delante, tanto pacíficos como violentos, articulando diferentes procesos de respuesta que conectan, directa e inexorablemente, con el desarrollo interno que hemos referido anteriormente.



El entrenamiento debe, por lo tanto, preparar estos dos mundos de respuesta utilizando los valores, conceptos y métodos de entrenamiento que la tradición nos ha ido transmitiendo de generación en generación. No hablamos de artes marciales en términos estrictamente técnico/combativos, también hablamos de vía de desarrollo personal «espiritual».


En ambos casos, el grado de responsabilidad que apliquemos a nuestra práctica será directamente proporcional al incremento de potencial que obtendremos para enfrentarnos con mayores garantías a las circunstancias adversas de la vida. Una responsabilidad que debemos aplicar de forma sistemática, como una parte indivisible de las restantes leyes naturales de desarrollo del individuo. La naturaleza, en su más puro estado, no perdona al que no realiza el esfuerzo por sobrevivir, un esfuerzo que no requiere más motivación que la comprensión absoluta y natural de esta norma.


Cuando hablamos de wúwéi nos estamos refiriendo precisamente a esto, a una implicación no egoica frente a una circunstancia que demanda lucha y determinación por solventarla lo antes posible, siempre de la forma menos lesiva o perjudicial para todas las partes, contando con la dificultad que tal grado de precisión lleva aparejada en contextos de este tipo.


Puede parecer incoherente hablar de responsabilidad en situaciones que pueden no ser «culpa» nuestra, que pueden ser fortuitas o fruto de intereses maliciosos hacia nosotros, pero asumir responsabilidades de mando sobre la situación es, sobre todo, la fórmula para estar activos frente a las amenazas que se presentan y tener capacidad para solucionarlas con las destrezas adquiridas, tanto físico/técnicas como mentales y espirituales.

el grado de responsabilidad que apliquemos a nuestra práctica será directamente proporcional al incremento de potencial que obtendremos para enfrentarnos con mayores garantías a las circunstancias adversas de la vida

Activo o pasivo son realmente dos formas de predisposición ante los acontecimientos que nos afectan, dos modelos de actitud que llevan aparejados un mayor o menor potencial de superar la situación a la que nos enfrentamos ya que, de algún modo, esperar a que la situación se resuelva por sí misma va en contra de todo el esfuerzo realizado durante años por desarrollar los mecanismos que nos ayudan a salir de ella. No podemos denominar wúwéi a todo el esfuerzo del entrenamiento porque es, en esencia, la semilla necesaria para que podamos aplicar con todo el sentido y significado este concepto.


Activo, en este caso, es sinónimo de capacidad de ser responsable y de asumir todo lo que dicha responsabilidad conlleva; no negar la situación, no enfrentarse interiormente a una aceptación imprescindible sobre lo que ocurre si queremos resolverlo. La negación nos llevará irremediablemente a un tipo de inacción frustrante, limitante y de gran inestabilidad emocional que nada tiene que ver con el consejo de wúwéi al que la tradición nos remite.



Teniendo clara la importancia de una predisposición natural tomar el mando de nuestras responsabilidades, debemos definir con claridad cómo desarrollamos esta capacidad y en qué forma el entrenamiento puede ayudarnos a lograrlo. Necesitamos saber cómo podemos tener un espíritu tendente a asumir responsabilidades y poner en ello todas las destrezas adquiridas en todos los planos del entrenamiento, tanto los físicos como los metafísicos.


El primer paso es construir dicho espíritu desde esa actitud diaria. Nos referimos a:

asentar en nuestro marco de creencias que asumir responsabilidades de forma voluntaria añadirá permanentemente valor a nuestra personalidad y a nuestra auto percepción.

Nos dará seguridad en nosotros mismos, nos ayudará a mejorar la autoconfianza y a disfrutar de los obstáculos de la vida como retos inherentes al entrenamiento natural y voluntario de un guerrero.



En una sociedad en la que delegamos absolutamente todas las responsabilidades importantes, nos despojamos de estas aparentes cargas, tenemos que dar un paso atrás y reconducir esas conductas, ese estado permanente de bienestar, que nos convierten en pasivos, en ejemplares humanos deficitarios del wúwéi mal entendido, ovejas esperando a que el lobo las devore, siempre con la posibilidad de indignarnos por dicho acto.


Un modelo social que aspira a que, voluntariamente, formemos parte de una casta global inoperante que olvidará, tarde o temprano, que el incremento progresivo de la carga que requiere el espíritu para fortalecerse radica en cuánta responsabilidad vamos asumiendo en virtud de nuestras capacidades y de nuestra voluntad de crecer.


Avanzamos hacia una sociedad en la que delegamos las responsabilidad sobre nuestra seguridad, nuestra espiritualidad, nuestra educación, la educación de nuestros hijos; delegamos el mantenimiento de nuestra salud, nuestra creatividad, nuestro esfuerzo físico, nuestra alimentación, la imaginación, las relaciones de pareja, los conflictos emocionales y las habilidades físicas. Prácticamente todo lo que supone una carga de responsabilidad sobre nosotros mismos ha sido transferido, quizá para que podamos ir por la vida sin cargas, dócilmente, siempre a costa de la libertad real a la que solo se puede acceder desde la aceptación de estas contingencias.

el incremento progresivo de la carga que requiere el espíritu para fortalecerse radica en cuánta responsabilidad vamos asumiendo

Si lo observamos con cierta distancia, veremos que nos educamos en delegar todo lo que supone responsabilidad y el esfuerzo que esta conlleva. Llegados al caso del combate, del conflicto físico, acabamos delegando la responsabilidad en el otro, en el oponente u oponentes, asumiendo nuestro papel pasivo que tiene un único final posible: la derrota. Y no nos referimos a derrota en los términos propios del combate, nos referimos a la derrota interior en la que el espíritu no puede emerger en ninguna circunstancia.

tenemos que dar un paso atrás y reconducir esas conductas

La derrota en la que nuestra función pasiva se compromete, absurdamente, a ver cómo acontece aquello que se nos viene encima, sin luchar, sin oponer la resistencia que da equilibrio a las situaciones, sin vislumbrar más objetivos que la esperanza de que lo adverso transcurra y se acabe por sí mismo.


Esta responsabilidad debe ser entrenada dejando inmediatamente de delegar. Debemos hacerlo ya, ahora mismo. Asumiendo la responsabilidad que tenemos con nuestra familia, con nuestros hijos, con nuestra pareja. Echándonos encima de verdad el papel que nos corresponde en cada tipo de relación y actuando con claridad como corresponde a cada rol que interpretamos. No por inercia, sino por convicción absoluta de que esa actitud es la que construye nuestro sentido vital y nuestro espíritu marcial. Responsabilidad personal sobre nuestros actos frente a los demás, sobre nuestra formación integral como personas, sobre nuestra propia evolución espiritual.


Eludir una actitud de responsabilidad es navegar la vida sin puertos. Es vislumbrar territorios a los que no llegaremos nunca sin remar, frustrando nuestro sentido vital al hacerlo. Es pretender construir la vida desde la espera, culpando al universo del resultado de nuestra inactividad, de eso que llamamos «suerte».


Es, sin duda, vivir la vida para nada, algo que va completamente en contra de lo que la vía marcial nos propone. Vivir intensamente, con sentido, con objetivos, con potencial de sentir y de desarrollar el espíritu innegable que nos ocupa. Dejar de pensar en términos pasivos para ser activos frente a la vida y darnos a nosotros mismos el eterno regalo que significa ser verdaderamente responsables de todo lo que nos corresponde por derecho y por capacidad durante nuestro tránsito por el mundo.

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