Contacto con tacto
En una de sus conferencias, el psicólogo canadiense Jordan Peterson recomienda alejarse de aquellas personas a las que le desagradan los niños. Una afirmación muy tajante que comparto en gran medida.
Los niños son todo lo que somos, son nuestro futuro y traen todos los mensajes que necesitamos refrescar para tener nuestra dosis de humanidad lo menos contaminada posible. Nos muestran lo mejor y lo peor de nosotros mismos y nos permiten pulir nuestras miserias heredadas y construidas gracias a su natural y limpia espontaneidad.
Dado que son, sin duda, el elemento más valioso de nuestra sociedad, cualquier ataque que reciban, cualquier injusticia aplicada sobre ellos, cualquier falta de responsabilidad hacia ellos o ellas debe ser detectada, confrontada y combatida.
Nuestro presente tecnológico nos está erosionando, cada vez más, el sentido común que nos ha permitido evolucionar como especie. Está separando poco a poco el vínculo imprescindible que debe existir entre nuestro corazón y nuestro raciocinio para que seamos personas realmente integrales. Los niños son básicamente el potencial de la humanidad hacia el futuro y debemos actuar hacia ellos transmitiendo esta necesaria colaboración entre lo emocional y lo racional, sobre todo en las etapas en las que se está conformando su cerebro y su espíritu.
Dentro de estas responsabilidades y cuidados que les debemos, todo aquello que tiene que ver con su salud debe estar en primer lugar del proceso formativo. Me refiero a su salud física, mental y, como no, espiritual. Y para poder entender de la mejor forma posible estos tres elementos no debemos separarlos demasiado, ya que todos coexisten en un mismo magma inseparable e interdependiente. Cualquier intento de jerarquizar lo uno por encima de lo otro conlleva inevitablemente al desequilibrio y a la ruptura de la propia estructura absoluta, flexible e interdependiente, de cualquier ser humano saludable.
Nuestro presente tecnológico nos está erosionando, cada vez más, el sentido común que nos ha permitido evolucionar como especie
Estamos frente a una normalización de hábitos catastróficos que se acrecientan en la misma proporción en la que crece nuestra irresponsabilidad como adultos, nuestra comodidad como individuos sociales adormecidos y nuestra falta de inteligencia como seres cuyo genoma se separó del de los chimpancés hace más de siete millones de años. Y no me excedo al describir este deterioro progresivo de algunas de nuestras competencias como adultos.
Ya hemos hablado en anteriores entradas sobre la normalización de hábitos nefastos de alimentación, de interacción, de descanso o de uso de las nuevas tecnologías. Más de uno o una podrá pensar que nos excedemos al evaluar unos campos de afectación que, aparentemente, no nos competen. Sin embargo, nos incumben prácticamente en todo lo que intentamos desarrollar como escuela de artes marciales. El equilibrio sensorial, cognitivo, emocional o fisiológico de nuestro alumnado es un factor clave en todo el proceso de enseñanza y de influencia positiva que intentamos desarrollar
Estamos frente a una normalización de hábitos catastróficos que se acrecientan en la misma proporción en la que crece nuestra irresponsabilidad como adultos
Una escuela de artes marciales no es un lugar de adoctrinamiento religioso, filosófico o de ningún otro tipo. En nuestras clases invitamos al alumnado a pensar libremente y a discutir con respeto los diferentes puntos de vista que pueden existir sobre casi cualquier cosa; a entender cómo se activan algunos mecanismos autónomos que pueden conducir a situaciones que produzcan daños irreparables de todo tipo. Intentamos fomentar la comunicación y desarrollar el control emocional que nos permite ese pequeño espacio necesario para una sincera empatía.
Trabajamos aspectos rudos, propios de entornos violentos, pero lo hacemos desde una estructura de valores sólida, coherente, respetuosa y comprobada durante miles de años. Pero también enseñamos y transmitimos desde la inteligencia y desde el conocimiento de las responsabilidades que asumimos como foco emisor de todo este proceso. Responsabilidades que van desde la propia conducta del profesor o maestro, que debe reflejar la máxima elevación humana posible, hasta el máximo conocimiento del territorio caótico que estamos explorando para guiar correctamente y de forma saludable a nuestro alumnado.
Hemos llegado a un punto de nuestro presente en el algunos han olvidado todo esto. Parece primar más el producto de venta y sus números que la misión que nos corresponde como representantes de un legado con importantes implicaciones éticas y morales.
Vivimos tiempos en los que los héroes, o son repiten arquetipos antiguos pero distorsionados por las ideologías temporales imperantes, o se dedican a lucir los beneficios de actividades relacionadas con decir estupideces en redes sociales, pegar patadas a un balón o patadas a la cabeza de un oponente. Cualquiera que escuche esto puede pensar que lo de la patada en la cabeza es lo lógico en un entorno marcial, pero no van por ahí los tiros, nunca mejor dicho.
El primer aspecto que se intenta transmitir en nuestra escuela, y en muchas otras como la nuestra, es el de la autoprotección y la de todo lo que nos lleva directa e indirectamente a ella. Esto comienza por un control permanente de un factor clave del entrenamiento: El contacto.
Planteamos diferentes estrategias de enseñanza en la que mostramos la importancia de la esquiva, de la movilidad o de la defensa cuando hablamos de los aspectos luchatorios. Y esto queda de manifiesto en la mayoría de los Daolu que practicamos, que comienzan con acciones potencialmente defensivas. Una parte importantísima de nuestro programa es precisamente la jerarquía de introducción del contacto en términos de edad, nivel y tiempo de entrenamiento.
El contacto requiere control, requiere precisión, requiere protecciones y requiere conciencia. Pero, sobre todo, requiere que entendamos las consecuencias de llegar a él sin estos cuatro requisitos primordiales. La técnica debe estudiarse siempre con el complemento asociado de entender las consecuencias de su aplicación.
Nuestro programa no entiende un modelo de combate abierto hasta que no se ha cumplido la mayoría de edad. Esto entra en conflicto con la tendencia a las competiciones de combate del segmento infantil que en muchos aspectos se están fomentando en todo el mundo y, también, en España. Para muestra un botón:
Y volviendo al principio de la entrada, es importante recordar este aspecto de protección de la infancia para garantizarle un futuro saludable. Esto queda hipotecado en el momento en el que se abre la caja de pandora de los golpes en entornos competitivos en el ámbito infantil y juvenil. También en el de los adultos, pero ese tema escapa ahora mismo del objetivo de esta entrada. Es fundamental que, en este sentido, toda nuestra sociedad se revele y combata esta tendencia para evitar un futuro lleno de personas con sus capacidades reducidas por una mala comprensión de lo que es un «arte» marcial.
Entender que los golpes son algo natural en el entorno de la práctica marcial es hasta cierto punto razonable, siempre dentro de una lógica y lo más alejados de la cabeza o de zonas fácilmente dañables. La cabeza de nuestros hijos e hijas es su garantía de desarrollo. En ella se esconde todo lo que necesitan para entender el mundo y para actuar de forma eficaz y ética en él.
Una parte importantísima de nuestro programa es precisamente la jerarquía de introducción del contacto en términos de edad, nivel y tiempo de entrenamiento.
Pensar que la cabeza de un niño puede y debe recibir golpes para algo es, simplemente, lamentable. Las cabezas no se acondicionan y mucho menos a estas edades. Sufrir un golpe en la cabeza es siempre negativo, y lo es aún más cuando el golpe es más fuerte o cuando el cerebro está todavía desarrollándose.
Una de las claves para entender este problema, que es realmente un problema viendo cómo comienzan a fomentarse los combates entre niños, es conocer qué pasa cuando se reciben estos golpes en la cabeza en fases de desarrollo incompletas. El cerebro es un órgano blando, una masa que flota en el líquido cerebroespinal en el interior de nuestro cráneo que lo protege a modo de cojín de amortiguación. En el caso de los niños y adolescentes, es un órgano en formación.
Cuando la cabeza recibe un impacto que supera la capacidad de amortiguación de este sistema líquido ocurre lo que se conoce como «contusión de golpe», es decir, una parte del cerebro choca con la pared del cráneo, acción que produce daños en nuestras neuronas. Si además hay rebote, lo que también se conoce como «contusión de golpe y contragolpe», el daño se incrementa proporcionalmente.
El contacto requiere control, requiere precisión, requiere protecciones y requiere conciencia.
Lo que determina que un impacto supere la capacidad de amortiguación del sistema es la fuerza de aceleración a la que se nuestro cerebro se ve sometido a causa del impacto.
Podemos conocer todos los datos que necesitamos para hacer los cálculos pertinentes sobre estas fuerzas soportadas aplicando la segunda ley de Newton y recabando los datos necesarios a través de diferentes sistemas de telemetría para impactos en la cabeza como los utilizados por la NFL (National Football League) americana.
Gracias a múltiples estudios aplicando estas herramientas hemos comprendido que tenemos cierta tolerancia ocasional a un rango mínimo de fuerzas g, pero sufrimos bastante cuando estas fuerzas aumentan o son muy repetitivas en el tiempo. Un estornudo, por ejemplo, genera 3 g, caerse hacia atrás en una silla genera unos 10 g, un impacto frontal de un puño puede generar entre 30 y 100 g.
Y el problema fundamental en nuestro ámbito no es un gran impacto ocasional en la cabeza, es entrenar a golpes en la cabeza de menor g, pero con un número repetitivo de choques, algo que puede derivar en futuros daños cerebrales pese a que no existan indicios aparentes de contusión.
Según un estudio recogido por la Dra. Francis E. Jensen en su libro El cerebro adolescente, cuando se provoca un movimiento violento del cerebro en el interior del cráneo, se produce una inundación de calcio y potasio en el mismo que provoca dos cosas: daño y destrucción de las células cerebrales y una reducción considerable de la distribución de la glucosa.
El flujo de calcio hace que los vasos sanguíneos del cerebro se contraigan, lo cual interfiere en la descomposición de la glucosa y, por ende, daña también la sustancia blanca del cerebro. En este mismo texto se detalla cómo diferentes estudios experimentales con modelos de lesión cerebral traumática en ratas y ratones demuestran que el cerebro adolescente inmaduro es mucho más vulnerable a las lesión y a la pérdida de sinapsis.
Además, se produce una reducción de los receptores de glutamato del tipo NMDA que es necesario para la potenciación a largo plazo y para la memoria, es decir, problemas futuros para el aprendizaje y, también, posibles dolores agudos o crónicos debidos a esta alteración.
Todo esto nos lleva a un deterioro progresivo de nuestras capacidades cuando la práctica incluye habitualmente este tipo de acciones, por desgracia cada vez más populares, de impactos en la cabeza. Y no solo lo que produce de forma inmediata, también, en la forma en la que interfiere en lo que ese cerebro podría haber sido en un futuro sin dicha interferencia.
Una investigación sobre el impacto de las pelotas de fútbol cuando los jugadores las cabecean sugiere que la fuerza que recibe la cabeza puede ser similar a la de cualquier golpe de boxeo. Los investigadores descubrieron que mientras más inflado estuviese el balón, mayor era el factor de aceleración cuando éste golpea la cabeza del jugador.
Según Daniel Plant, investigador del Departamento de ingeniería mecánica del Imperial College de Londres, las fuerzas promedio de un remate de cabeza eran similares a las de golpes de boxeadores aficionados. Para alcanzar esta conclusión se realizaron experimentos en los que examinaron la fuerza del contacto entre la pelota y la cabeza. Los experimentos midieron la fuerza y la aceleración producida por un balón tamaño 5 lanzado varias veces contra una cabeza de un muñeco de pruebas a 18 metros por segundo, considerada la velocidad promedio de una pelota pateada por jugadores no profesionales.
Es decir, no se trata solo de los deportes de contacto en el ámbito infantil, es la proliferación de actividades que pasan todo esto por alto, el futbol puede ser potencialmente una de ellas y podemos aplicar sin menoscabo los resultados de los estudios sobre impactos en la cabeza en el ámbito futbolístico al del entrenamiento habitual incluyendo volúmenes continuados de golpes en la cabeza.
Según la mayoría de los estudios más recientes sobre la repercusión de los golpes en la cabeza en el rendimiento y en el desarrollo normal de cualquier persona, sobre todo en los jóvenes, sugiere que estudiantes de secundaria que sufren tres o más contusiones multiplican por ocho las probabilidades de que pierdan el conocimiento en otro golpe y multiplican por cinco el riesgo de padecer amnesia anterógrada postraumática, algo que implica dificultad para generar nuevos recuerdos. ¿Imaginan lo que esto supone en esta etapa del aprendizaje?
las fuerzas promedio de un remate de cabeza eran similares a las de golpes de boxeadores aficionados.
En 2012, un equipo de investigadores canadienses confirmó que los cerebros infantiles o adolescentes no tienen tanta capacidad de recuperación como el de los adultos.1
En este estudio pudieron comprobar cómo empeoraba la memoria de trabajo en deportistas que habían sufrido algunas contusiones en los seis meses anteriores al estudio. Otros estudios señalan trastornos del sueño, ansiedad, trastornos del control de impulsos, o depresión debido a lesiones cerebrales traumáticas leves continuadas.
En ningún caso está justificado que se permitan este tipo de acciones en estas edades, es decir, no debemos facilitar de ningún modo que nuestros hijos e hijas sufran golpes en la cabeza de forma repetitiva como parte del entrenamiento que realizan. En el segmento infantil hay una mayor sensibilidad a este respecto, pero en el de los adolescentes la cosa se complica dado ese limbo de responsabilidades y conflictos domésticos en el que se suelen mover algunas familias.
Es nuestra responsabilidad organizar la formación dando relevancia a todos los aspectos que permitan el desarrollo de unos buenos hábitos de evitación del golpe, el fortalecimiento de las cualidades físicas y psíquicas, el control emocional, el estudio de la técnica a través de sus formas de mano vacía o con armas, el entrenamiento por parejas con protecciones y con control absoluto sobre la intensidad de los impactos siempre alejados de la cabeza, la práctica de coreografías luchatorias que les aproximen al entorno del combate pero sin incluir los riesgos que conlleva recibir golpes en la cabeza sesión tras sesión.
No olvidemos nunca que el cerebro no se acondiciona, no se endurece, no mejoramos cuanto más nos golpeamos, es preciso entender que la vida no es un combate puntual, es una lucha de fondo que requerirá el 100 % de nuestras capacidades potenciales para que podamos definir nuestros sueños y realizar nuestros proyectos para alcanzarlos. Es clave que nuestro papel como instructores, profesores o maestros es enseñar y transmitir pero siempre desde la seguridad y la enorme responsabilidad que conlleva tratar con lo más valioso de nuestra sociedad.
Ref 1 Charles H. Tator, «Sport Concussion Education and Prevention», Journal of Clinical Sport Psychology, 6, nº3, septiembre de 2012.
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