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Aplicabilidad técnica y entrenamiento

La prisa es del diablo, la paciencia de Dios.

Charles Lamb


La aplicabilidad de la técnica depende de muchos parámetros entrenables. Es muy habitual confundir la efectividad de una técnica con su apariencia externa en un entorno expositivo. Los profanos en la práctica marcial suelen sorprenderse de algunas ejecuciones de gran espectacularidad y confunden con ello la realidad con la ficción de ese momento.


Es también muy habitual que personas relacionadas con la práctica marcial, pero sin un profundo conocimiento de su sentido y sus raíces, critiquen determinados modelos de entrenamiento porque se salen de la lógica inmediata de un puño, de una patada o de un derribo. Para algunos que tienen un martillo todo parece ser un clavo. Sin embargo, el sentido de algo tan complejo como el combate exige un nivel de profundidad mucho mayor para entender de qué trata toda esta compleja trama de las artes marciales.



Cuando hablamos de «arte» en las disciplinas marciales lo hacemos por algún motivo. El arte reviste complejidad, dificultad, tiempo, esfuerzo, bases, creatividad y otra gran cantidad de elementos que debemos tener en cuenta a la hora de hacer nuestras valoraciones.


En las «artes» marciales chinas, todo ello converge en un tipo remarcable de paradigma evolutivo al que nos referimos como «técnica». Al hablar de técnica nos referimos en realidad a un proceso, a un reflejo aproximado de una posible realidad, a un momento concreto en un timeline que tiene un antes, un durante y un después. Como proceso debe estar correctamente estructurado, debe responder a una necesidad delimitadas; con unas exigencias específicas de espacio y de tiempo depende a su vez de un estado físico, mental y emocional determinado, quedando siempre supeditado a un entorno mutable antes, durante y después de su nacimiento.


A partir de ahora, cuando nos refiramos al potencial de aplicabilidad de la técnica, hablaremos de proceso aplicativo, entendiendo por este a ese timeline antes mencionado, así como al conjunto de factores que intervienen en su emergencia, utilización y disolución o transformación.


Los antiguos maestros tenían muy claro que cualquier intento de diseñar un traje que le quede bien a todo el mundo es un dislate. El carácter abierto de la técnica tiene que coincidir con un modelo de entrenamiento que permita perfeccionar todos los elementos que la componen, no solo la estructura primaria o una ejecución exhibible que se aleje por completo de su realidad como proceso aplicativo. En ese caso, el resultado sería la base irrebatible para una crítica absoluta desde los partidarios de lo simple.


En esta entrada no vamos a entrar en debatir si lo único que funciona es lo simple o no. No podemos confundir lo simple con lo inmediato. La inmediatez de respuesta que exigen determinadas situaciones no contradice la posibilidad de que nuestras acciones evolucionen en complejidad dentro de unos parámetros lógicos de inercia y transformación natural. Este proceso evolutivo dentro del combate tiene mucho que ver con nuestra capacidad para adaptar el proceso técnico a los parámetros específicos que acontecen, a gran velocidad y con una gran contundencia.


A partir de ahora, cuando nos refiramos al potencial de aplicabilidad de la técnica, hablaremos de proceso aplicativo


De esto trata fundamentalmente el entrenamiento. De garantizarnos potencial de adaptación, de soporte, de identificar los parámetros de forma inconsciente, de dejar que lo entrenado fluya en la situación, para que las piezas del puzzle que hemos trabajado sin descanso vayan adaptándose y encajando en los ritmos, velocidad y contundencias a los que nos enfrentamos.


En esta entrada intentaremos describir el orden de este proceso evolutivo en el entrenamiento y desarrollo del proceso aplicativo de la técnica. Lejos del ataque, defensa y contraataque, nos adentramos en el terreno de la escucha, la adaptación, la transformación, la reacción intuitiva, la precisión y otros muchos elementos no siempre enmarcables en el conjunto universal que algunos denominan simplicidad.



En algunos sistemas chinos de combate, sobre todo en los del sur de china, se definen cuatro etapas en el proceso de desarrollo de la técnica:


  • La estructura

  • La precisión

  • La velocidad

  • La fuerza


La primera es el trabajo de la estructura. La técnica debe tener una estructura anatómica específica en el plano estático de cada momento. A su vez, debe tener una estructura dinámica en la que se incluyan las trayectorias generales de movimiento, tanto de traslación como de organización de tronco y extremidades con finalidades concretas (impacto, defensa, agarre, presión, palancas, etc.) Esta estructura está vinculada muy estrechamente con el trabajo de posiciones, desplazamientos y lo que denominamos trabajos específicos de base, en los que se definen los diferentes tipos de golpes, defensas, agarres y todas las acciones propias de aplicación directa.


Esta primera fase incluye las acciones de distancia, de aproximación, de posicionamiento, de encaje y de organización dinámica de la acción dentro de su inercia, su lógica anatómica y un ritmo de ejecución organizado en el que la simultaneidad exigida por algunos momentos concretos de la acción no quede comprometida.


Desarrolladas correctamente estas estructuras, la estática y la dinámica, el segundo paso que debemos abordar es el de la precisión. Ser precisos es una exigencia que en el proceso aplicativo no podemos posponer favoreciendo el trabajo hacia otras etapas posteriores. Sin no tenemos precisión en la aplicación concreta, el juego de palancas, las zonas de contacto/impacto o los modelos de agarre, entre otros muchos elementos, no podrán funcionar correctamente. Correremos también un riesgo importante de lesión, tanto nuestra como la de nuestro compañero. Tendremos una imagen distorsionada de lo que significa el proceso técnico que estamos intentado aplicar y, quizá lo peor de todo, comprometemos un elemento de progresión clave en todo este brocado: la potencia de transformación de la técnica.


La estructura está vinculada muy estrechamente con el trabajo de posiciones, desplazamientos y lo que denominamos trabajos específicos de base


Una técnica aplicada no debe comprometernos más de lo que ya estamos antes de aplicarla. Los habituales combos o drills de algunos sistemas pierden de vista esta exigencia y se convierten en un juego de habilidad visual muy llamativo, pero del todo ineficaz para garantizar la progresión de efectividad que nos hemos marcado como objetivo.


Es necesario asumir la responsabilidad de este tipo de trabajos y dedicarle el tiempo, variabilidad y constancia que requiere para ser evolucionado. Ser precisos es tener la capacidad de llegar al punto exacto que necesitamos, con la fuerza oportuna en una estructura que no desvirtúe nuestra estabilidad y nuestro potencial de transformación. Ser precisos es golpear con la zona que queremos golpear o defender de forma óptima en el ángulo y dirección que queremos interceptar, bloquear o reconducir.



Es solo a partir de aquí, cuando somos precisos en la ejecución de las estructuras básicas y en su unificación en conjuntos técnicos, cuando debemos abordar el trabajo de progresión hacia una velocidad oportuna de entrenamiento, el tercer eslabón de nuestra cadena evolutiva en el proceso aplicativo.

Todos estos elementos deben desarrollarse con antelación a la introducción del entrenamiento de velocidad

No podemos olvidar que la velocidad de entrenamiento tiene un objetivo prioritario y no es vinculante con la velocidad de aplicación real en combate. Hablamos de rangos de aproximación que nos permiten vislumbrar mejor la realidad dinámica de la acción combativa, su contundencia y la imperiosa necesidad de que nuestro potencial técnico esté a la altura del momento.


El objetivo de ganar velocidad en el entrenamiento no es poder exhibirnos mejor, no es ganar una competición de rapidez ejecutando un ejercicio. Todo esto está relacionado con un ego que no está dispuesto a cumplir las leyes del espacio y del tiempo que cualquier interpretación de la velocidad nos exige. Podemos decir que el ego sustituye la velocidad real por un concepto mediocre que traducimos como «prisa». La idea de ganar velocidad en la ejecución de cualquier técnica, tanto simple como compleja, tiene que ver con poder repetir la acción el mayor número de veces posible en cada sesión de entrenamiento. Aquí entramos en el terreno de la carga de entrenamiento y de la intensidad.



Para ganar velocidad debemos ser precisos, estables, tener las bases bien interiorizadas, debemos estar acondicionados para soportar los imprevistos lógicos que ocurren cuando nos adentramos en territorios en los que la vista deja de ser el órgano sensitivo prioritario. Todos estos elementos deben desarrollarse con antelación a la introducción del entrenamiento de velocidad, que debe emerger por si solo cuando percibimos cierto nivel de seguridad en todo el entramado anterior.

La combinación de fuerza y velocidad nos dará la potencia que necesita la técnica para convertirse en una realidad posible y efectiva.

Y en este punto volvemos de nuevo a la autopercepción, al feedback real que nos propone ir aumentando el ritmo, intensidad, velocidad y fuerza en el estudio y desarrollo de la técnica. Este sería el último punto del trabajo en el que podremos adentrarnos cuando todas las fases previas hayan dado sus frutos aplicativos. En este momento del entrenamiento es preciso resaltar la importancia del papel de observación del profesor que, como guía adelantado, debe percibir ese momento y proponer al alumno el incremento progresivo de esta carga concreta en la ejecución técnica. Definido un rango de velocidad aceptable debemos partir hacia el cuarto apartado del proceso: el desarrollo de la fuerza.


El trabajo de la fuerza es clave en cualquier artista marcial. Debe abordarse desde las primeras etapas y desde el fortalecimiento de todos los arcos estructurales del cuerpo hasta el de los diferentes mecanismos de palanca que garantizan la motricidad efectiva del conjunto musculoesquelético, siempre dentro del marco de las acciones que pretendemos desarrollar a futuro.


Hablamos, por lo tanto, de estructura de sostén y de estructura de acción para referirnos a estas dos características. El trabajo de los arcos en sus diferentes variables evoluciona desde lo estático a lo dinámico para establecer el puente natural entre estas dos estructuras. Nuestra estabilidad y la calidad de nuestro trabajo de desplazamientos y soporte dependerán de que este proceso se aborde con la oportuna lógica evolutiva, sin prisas, pero sin pausas desde el primer día de acceso al Wushuguan.


Esta combinación de fuerza y velocidad nos dará la potencia que necesita la técnica para convertirse en una realidad posible y efectiva, algo mucho más complejo que esto que dicen de dar patadas y puñetazos.


Algunos vídeos que nos muestran como sucumben supuestos maestros de artes marciales combatiendo con expertos en el arte de dar patadas y puñetazos no invalidan el trabajo tradicional en ningún caso. Simplemente nos muestran la mediocridad y la fantasía con la que se abordan determinados tipos de entrenamiento, también nos muestran que el ego de muchos maestros está injustificado y que la humildad, aunque no sea llamativa en las redes, debe seguir siendo uno de los pilares de nuestra práctica.


Si somos capaces de aceptar con esta humildad el ritmo natural con el que evolucionan las cosas y evitamos la urgencia de tener que mostrar a nadie hasta qué punto somos veloces, entenderemos por qué se utiliza habitualmente la palabra «cultivo» en el ámbito de nuestro entrenamiento. Con esos dos elementos clave, paciencia y humildad, podemos aclarar mucho mejor qué significan los ideogramas de la palabra Kung Fu.




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