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Análisis de A study of physical education de Máo Zé Dōng. Segunda parte

Texto original de la introducción

«Our nation is wanting in strength. The military spirit has not been encouraged; The physical condition of the population deteriorates daily. This is an extremely disturbing phenomenon. The promoters of physical education have not grasped the essence of the problem, and therefore, their efforts, though prolonged, have not been effective. If this state continues, our weakness will increase further. To attain our goals and to make our influence felt are external matters, results. The development of our physical strength is an internal matter, a cause. If our bodies are not strong, we will be afraid as soon as we see enemy soldiers, and then how can we attain our goals and make ourselves respected? Strength depends on drill, and drill depends on self-awareness. The advocates of physical education have not failed to devise various methods. If their efforts have nevertheless remained fruitless, it is because external forces are insufficient to move the heart....


If we wish to make physical education effective, we must influence people's subjective attitudes and stimulate them to become conscious of physical education. If one becomes conscious of the problem, a programme for physical education will come easily, and we will attain our goals and make our influence felt as a matter of course».


Propuesta de traducción

«Nuestra nación carece de fuerza. No se ha fomentado el espíritu militar; el estado físico de la población se deteriora a diario. Este es un fenómeno extremadamente preocupante. Los promotores de la educación física no han captado la esencia del problema y, por lo tanto, sus esfuerzos, aunque prolongados, no han sido eficaces. Si este estado continúa, nuestra debilidad aumentará aún más. Alcanzar nuestros objetivos y hacer sentir nuestra influencia son cuestiones externas, resultados. El desarrollo de nuestra fuerza física es una cuestión interna, una causa. Si nuestro cuerpo no es fuerte, tendremos miedo en cuanto veamos soldados enemigos, y entonces ¿cómo podremos alcanzar nuestros objetivos y hacernos respetar? La fuerza depende del ejercicio, y el ejercicio depende de la conciencia de uno mismo. Los defensores de la educación física no han dejado de idear diversos métodos. Si sus esfuerzos han sido, sin embargo, infructuosos, es porque las fuerzas externas son insuficientes para mover el corazón....

Si queremos que la educación física sea eficaz, debemos influir en las actitudes subjetivas de las personas y estimularlas para que tomen conciencia de la educación física. Si se toma conciencia del problema, un programa de educación física surgirá fácilmente y alcanzaremos nuestros objetivos y haremos sentir nuestra influencia como algo natural».

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De todas las cuestiones que me ha sugerido la lectura de este texto, la primera, y quizá más relevante para analizarlo, ha sido el «por qué»: ¿Por qué Máo Zé Dōng, un líder político, un revolucionario marxista, decide hacer un estudio en forma de ensayo sobre la educación física en su país en el año 1917? Intentar responder a esta pregunta ha sido el hilo conductor que me ha llevado a entender algunos aspectos que justifican el contenido, significado y forma del texto.


Para comprender esta preocupación por el deterioro diario de la población, para entender su visión personal sobre las repercusiones de una población físicamente débil, no podemos sustraernos de los acontecimientos históricos que envuelven el momento en el que se redactó el ensayo y de cómo estos acontecimientos resonaban en su visión personal.


El año de la publicación del texto original (1917) es un año de gran convulsión política en todo el mundo. La revolución rusa y la primera guerra mundial mantenían enormes tensiones bélicas y políticas fácilmente transferibles al contexto post imperial en china.



Máo tenía en ese momento 24 años. Acababa de mudarse a Beijing después de haber finalizado el servicio militar. En ese momento trabajaba como asistente del bibliotecario universitario Li Dazhao, uno de los primeros y más influyentes comunistas chinos. Li escribiría una serie de artículos en la revista Nueva Juventud sobre la Revolución de Octubre rusa de ese mismo año. Su intención era claramente influir en la sociedad transfiriendo, relacionando e incorporando elementos marxistas en los procesos revolucionarios que estaban teniendo lugar en China en esa misma época.



Algunas fuentes biográficas1 señalan el interés de Máo por el entrenamiento físico durante su periodo militar, algo que seguramente mantuvo también durante todo este siguiente periodo; más adelante comprenderemos claramente el porqué de este interés.


Aunque China no participó activamente en la primera guerra mundial, en el año 1917 declaró la guerra a las Potencias Centrales, buscando el apoyo de las potencias de Europa y Estados Unidos para proteger su territorio frente a Japón que, tras tomar la colonia Kiauchau en 1914, pretendía expandirse hacia otros territorios chinos.




A todo este periodo en China se le conoce como la «Era de los señores de la guerra», un período de la historia de la República (1916-1928) en el que el país estuvo fragmentado en diversos territorios cuyo control recaía sobre distintos clanes militares; una división que continuó hasta la posterior caída del gobierno nacionalista en las regiones continentales de Sichuan, Guangdong, Qinghai, Shanxi, Ningxia, Guangxi, Gansu, Xinjiang y Yunnan.


Aunque Sun Yat-sen (el que sería el primer presidente de la República), intentó establecer una base militar en Guangdong para luchar contra estos clanes (desde 1917 a 1920), su gobierno se mantuvo militarmente más débil que los ejércitos de los señores de la guerra locales. Es más que evidente que cualquier intento de fomentar un modelo de nación unificado tenía que acabar con esta fragmentación y parecía imposible con la debilidad militar imperante.


No fue hasta el 4 de junio de 1928 (11 años después) que esta situación terminó con la caída del último señor de la guerra, Zhang Zuolin, estableciéndose finalmente por parte de Chiang Kai Shek (el último presidente de la república) un gobierno definitivo en Nankín.


Los pilares de la doctrina nacionalista de Sun Yat Sen eran los Tres Principios del Pueblo: nacionalismo, democracia y bienestar del pueblo. Su objetivo era hacer de China un país libre de las potencias extranjeras, fuerte y desarrollado. Muchos de los posteriores preceptos socialistas de Máo comparten elementos de esta base ideológica, lo que nos indica que Máo no era ajeno a este sentimiento y objetivos.


¿Por qué ambos líderes compartían esta visión de una china débil, una China que necesitaba modernizarse y afianzar su poder frente al contexto internacional del que ya era un actor indiscutible?


Los motivos reales que enlazan el momento histórico que acabamos de describir con este manifiesto sentimiento asumido de debilidad, se fundamentan en otra serie de acontecimientos previos que calaron profundamente, no solo en el corazón de un patriota como Máo, también en el resto de la sociedad que había sufrido mucho en las etapas previas a la formación de la primera República.


En los últimos años de la dinastía Qing, la injerencia de los grandes potencias colonialistas en todos los aspectos de la vida política, económica y social del pueblo chino era una realidad incuestionable. Una forma de invasión fragmentada en la que los chinos quedaban retratados como una especie de individuos de segunda o tercera categoría humana frente a los ocupantes imperialistas extranjeros.


Así pues, los diferentes intentos de cambiar el curso político que había llevado a esta situación comenzaron con fuerza en el siglo anterior, un siglo plagado de revueltas populares que fueron aplastadas con una gran brutalidad por parte de la dinastía imperial.



La primera de ellas fue la Rebelión Taiping, una guerra civil religiosa y social que duró 14 años (1850 a 1864) y que enfrentó al ejército Qing con los partidarios de un movimiento religioso conocido como El reino celestial de la gran paz (Tàipíng Tiānguó, 太平天國).


El reino celestial de la Gran Paz creó un estado teocrático dirigido por Hong Xiuquan, un profesor de la etnia Hakka que, sintetizando diferentes doctrinas religiosas, se autoproclamó hermano menor de Jesucristo e hijo de Shangdi, deidad absoluta de la religión tradicional china. Creó a Los Adoradores del Emperador (Bài Shàngdì Huì), un ejército con el que llegó a conquistar las provincias de Jiangsu, Zhejiang, Anhui, Hubei y Jiangxi, de las que se autoproclamó rey.



En esta guerra intervinieron las potencias extranjeras apoyando al ejército del emperador Qing lo cual decantó la balanza de la victoria finalmente sobre este, después de casi 50 millones de muertos.


La brutalidad del conflicto, la forma en la que los ejércitos extranjeros ayudaron a aplastar las revueltas fomentó sin duda el germen del odio popular hacia todo lo «no chino», calificando a los extranjeros como demonios y reafirmando el victimismo real que se tenía durante esta parte de la historia.



Aunque durante las conocidas como Guerras del Opio (1839 – 1842 y 1856 – 1860), ya se gestó este sentimiento xenófobo contra los ingleses y franceses, fue la Rebelión de los Bóxers la que finalmente desencadenó los acontecimientos que provocaron la caída del gobierno imperial en el año 1911 con la Revolución de Xinhai.


Este movimiento estaba formado por un conjunto de organizaciones secretas que actuaron de forma unificada asaltando la embajada alemana el 20 de junio de 1900, matando de un disparo al embajador alemán Clemens August Von Ketteler e iniciando un continuo asedio a las otras embajadas en Beijing. Tras este suceso, se creó la alianza de las ocho naciones, un ejército que representaba los intereses de Rusia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos, el imperio Austrohúngaro, Francia y Japón.


Tras ocupar Tianjin el 14 de agosto, el ejército de la alianza llegó a la capital y la ocupó tras haber frustrado el asedio a las embajadas. Las tropas de la alianza se dedicaron entonces al saqueo asesinando y violando a mujeres chinas mientras destruían y quemaban sus casas.



El 7 de septiembre de 1901, la emperatriz Cixí firmó el Tratado de Xinchou también conocido como el «Protocolo Bóxer», un nuevo tratado desigual con Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Italia, Austria-Hungría, Bélgica, Francia, España, Japón, Países Bajos y Rusia, que se negoció en la Embajada española de Beijing bajo la dirección del embajador plenipotenciario Bernardo José de Cólogan y Cólogan.


A pesar de su dureza, el tratado permitió a la dinastía Qing continuar manteniendo el poder pese a todo lo sucedido.


Esta humillación internacional reforzó el sentimiento que se tenía de la debilidad del pueblo chino, lo que llegó a naturalizar el término de los chinos como «los hombres enfermos de Asia». Desde esta visión, la frase «¿cómo podremos alcanzar nuestros objetivos y hacernos respetar?» cobra todo el sentido.


Este término apareció por primera vez en el Daily News, un periódico del Reino Unido, en la edición del 5 de enero de 1863 en un artículo sobre la rebelión de los Taiping. Ese artículo se reprodujo en la edición del 7 de enero de 1863 del Belfast Morning News, otro periódico irlandés, con el título «El supuesto hombre enfermo en China».


Tras la derrota de los chinos frente a Japón en la Primera Guerra Sino-japonesa o Guerra de Jiawu (甲午战争) en el año 1895, apareció de nuevo el término «hombre enfermo» (病夫) en un artículo del periódico chino Zhibao titulado Sobre el origen de la fuerza (原強) lo que ayudó a popularizar el término entre los círculos intelectuales chinos.


Fue Liang Qichao, uno de estos intelectuales, quien, en su escrito Nuevo Pueblo de 1902, realizó por primera vez una asociación entre el término «hombre enfermo» con la salud física de la población china. Parte de su texto habla sobre la adicción al opio y la debilidad militar que todo esto suponía para la defensa del país frente a la injerencia internacional. Esta visión acabó calando en la sociedad y aumentando el sentimiento popular de humillación sufrida por el pueblo chino a manos de las potencias extranjeras.


La visión de Máo en la introducción del ensayo recoge el testigo de toda esta serie de acontecimientos y lo hace de forma acertada y profunda. La visión de la importancia de la fuerza como vehículo de la acción no es nueva, pero, en este caso, el acierto en la introducción es la localización exacta de uno de los ejes del problema: la debilidad de los individuos que conforman la sociedad frente a la necesidad potencial de transformarla.


Aunque el enfoque y ámbito que hemos tratado tiene en todo momento connotaciones militares, la repercusión política y social de todos estos acontecimientos hacia el futuro es incuestionable. Cualquier planificación de desarrollo, crecimiento, progreso y prosperidad de la sociedad, como los que pretendía Sun Yat Sen, y posteriormente Máo, tendrán una relación directa con la fortaleza de los pilares de dicha sociedad, fortaleza que comienza siempre por una sociedad compuesta por individuos sanos y capaces.


Cuando Máo cita «La fuerza depende del ejercicio, y el ejercicio depende de la conciencia de uno mismo» lo hace desde una conciencia clara de los dos extremos del problema, el diagnóstico previo; Los promotores de la educación física no han captado la esencia del problema - sus esfuerzos han sido infructuosos porque las fuerzas externas son insuficientes para mover el corazón; y una propuesta de tratamiento: Si queremos que la educación física sea eficaz, debemos influir en las actitudes subjetivas de las personas y estimularlas para que tomen conciencia.


Los problemas de la sociedad tienen que ver con la debilidad intrínseca de sus integrantes y el medio para recuperar esa fuerza es el ejercicio. Pero no se queda ahí; el ejercicio no puede prosperar en el corazón de las personas si no hay un sentimiento de fondo que les aporte la conciencia que hace que quieran ejercitarse.


Un pensamiento brillante que se anticipa bastante, en muchos aspectos, a las modernas reflexiones en el ámbito de la psicología del deporte y del enfoque motivacional del alto rendimiento. La única forma de admitir y mantener el esfuerzo que supone romper la comodidad de lo pasivo radica en el sentido profundo que tenga aquello que nos lleva al esfuerzo.


Es necesario un motivo, una razón sincera vinculada a un sentimiento que promueva la necesidad de sentirse fuerte y de serlo realmente. La vía para lograrlo debe ser el ejercicio, una acción efectiva que nace de este sentimiento para conseguir, lejos de cualquier otro factor externo de influencia, la adherencia inquebrantable y profunda que cualquier excelencia exige.


Cierra con en esta frase un círculo productivo que es tan vigente hoy como lo era entonces, y lo es en un ámbito que poco tiene que ver a priori con el interés occidental actual por la actividad física y el deporte.


En este vídeo podemos observar una reflexión actual no muy alejada de esta perspectiva, que realiza el comandante General del ejército de los Estados Unidos en Europa, Mark Phillip Hertling, en lo relativo a la salud de la población, su estado físico y la influencia de ambos elementos en la economía y en las capacidades operativas militares reales, tanto defensivas como ofensivas.



Otro factor importante que queda claramente detallado en la introducción del ensayo, además del diagnóstico y de la propuesta para el tratamiento del problema, es el de las amenazas que se deberían tener en cuenta para no desviarse del camino que se debe tomar:


«Los defensores de la educación física no han dejado de idear diversos métodos. Si sus esfuerzos han sido, sin embargo, infructuosos, es porque las fuerzas externas son insuficientes para mover el corazón»


Hoy más que nunca estamos inundados de métodos, tanto marciales como de educación física y entrenamiento. Un mercado que transforma a los métodos en modas temporales abocadas al ostracismo temprano que produce todo lo que no es novedoso.


Aquí entrevemos una clara advertencia: la solución no puede caer en el error de idear cientos de métodos diferentes para mantener atrapada a la sociedad en la actividad física como si se tratase de una especie de adictos de la novedad o de la variedad. Ese no es el camino para potenciar una actitud correcta hacia la educación física, hay que profundizar mucho más para lograr algo verdaderamente significativo y efectivo.


La introducción invita a no caer en el error de la variedad y a centrarse en el carácter profundo que conecta la conciencia de la persona con su causa para hacerle ver lo necesario de la actividad y de controlar correctamente todos los aspectos del proceso.


El entrenamiento marcial tradicional debería hacerse eco de este párrafo asumiendo que el sentido de nuestro entrenamiento marcial no debe basarse en las novedades, las excentricidades o la espectacularidad de sus propuestas.


Debe crecer desde dentro, fijando un motivo profundo y real para el esfuerzo; vinculando la actividad física a un objetivo funcional con dos claras direcciones de desarrollo: el equilibrio interior de la persona y su operativa desde esta cualidad hacia el exterior. Dos mundos en contacto que hacen que nuestra estabilidad, hoy más que nunca, dependa de nuestra fuerza para compensar las tensiones naturales entre ambas realidades. En ese sentido, Máo toca de lleno algo que está cambiando el escenario actual de las artes marciales.


Cambiar la actitud inicial para la actividad física, entender la situación y sus errores, así como comprender el camino que se debe transitar son, entre otros más sutiles, los marcos naturales establecidos en esta presentación del ensayo. Sin duda, una gran introducción para sentar unas bases oportunas y facilitadoras de todo lo que se plantea en los siete puntos siguientes. Los veremos con detalle en las próximas entradas de esta serie.


Podrás acceder a las fuentes bibliográficas en la última entrada de la serie

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